“Pinceladas de Inteligencia: Susana Ortega, Joven pintora de 16 años”

Jericó, Antioquia, acunó entre sus montañas una tarde donde el arte y la filosofía se entrelazaron en la figura de Susana Ortega, una joven pintora de 16 años, cuya mente desafiante y pincel mágico tejieron una historia que va más allá de su corta edad.

Por Faidiver Durango Durango

Un atardecer en Jericó:

El sol descendía con parsimonia, pintando de tonos cálidos los adoquines centenarios de Jericó. Fue en este escenario, en el que los aromas de la historia y la naturaleza se mezclaban, aquí conocí a Susana Ortega, una artista que llegó de Medellín en un bus cualquiera y que cuando descendió su mirada inquieta trataba de enfocar su objetivo que era mi figura para materializar el encuentro. Ella sin pensarlo trajo consigo la frescura de la juventud y la sabiduría de siglos arropados en su tierna figura adolescente.

La juventud que desafía el tiempo:

Susana, a pesar de sus 16 años, emana una sabiduría que desafía las barreras del tiempo. No es una adolescente común, sino un alma antigua que se refugia en su aún presente niñez. En su mirada, uno encuentra destellos de un pensamiento que va más allá de los límites del aula de clases.

Sentados en la la terraza con la inspiración del aroma del café de tradición Susana compartió sus pensamientos con una elocuencia que podría rivalizar irreverentemente con grandes pensadores de la historia porque sin titubear expone criterios, puntos de vista y solo al escucharla silencio y ella si saberlo, se atreve a ponerme a pensar. La agnosticidad que profesa revela una mente abierta, dispuesta a explorar los misterios de la existencia más allá de las convenciones.

Para Susana, el arte es más que pigmentos en un lienzo; es una senda hacia la libertad del pensamiento. Con cada trazo, sus obras se convierten en manifestaciones visuales de un escape, un éxodo hacia un pensamiento irreverente, estructurado en lecturas que se esconden como tesoros en su biblioteca personal que yace en su cerebro.

La magia en cada pincelada:

Sus pinturas y dibujos son rostros quizás los de ella misma, quizás sus sentidos se fijan en los ojos que dibuja que se convierten ventanas a un alma doliente; son portales que permiten a los espectadores sumergirse en su universo. En cada sombra, en cada trazo, Susana imprime su marca, su sello distintivo. La manera en que capta la esencia de los ojos revela una conexión íntima entre un creador, un universo y su obra.

La conversación con Susana fue un diálogo entre la juventud y la historia, entre las aspiraciones del futuro y las raíces del pasado. Jericó, con sus casas de colores y sus balcones floridos, fue el telón de fondo perfecto para este intercambio de ideas que resonaron entre las calles y que se convirtieron nuevamente en una Atenas en una pequeña e irreverente Grecia llamada Susana.

El Compromiso de un Retorno:

La tarde en Jericó llegó a su fin, pero no antes de que Susana expresara su compromiso de regresar.
Mientras la oscuridad envolvía la ciudad, quedó flotando en el aire la promesa de un retorno, de más conversaciones que explorarían los límites de la filosofía y del arte. Susana soñó con mostrar su obra en Jericó traer sus rostros y sus ojos para que vean su alma.

Susana Ortega no solo pinta cuadros, sino que llego a Jericó esculpir una experiencia, dejando una marca indeleble en Jacom La Revista. Su adolescencia avanzada y su arte evocador son destellos de un mañana prometedor, una promesa de que la creatividad y la reflexión continuarán fluyendo como un río eterno a través de los lienzos de sus ojos y las páginas de su pensamiento.

Aquí la entrevista a Susana Ortega

Háblame de ti. ¿Cuáles son tus aspiraciones, sueños y quién eres?
Soy una persona bastante sencilla; el dinero no es precisamente mi mayor prioridad en la vida. Creo firmemente que desprenderse de lo que uno tiene materialmente ayuda a vivir una vida más plena y a disfrutar más de lo que se tiene o se puede llegar a tener. No significa que sea conformista y tenga como meta ganar un salario mínimo trabajando en algo que probablemente termine odiando. Simplemente significa que lo material debe ser algo secundario también. Mis sueños y aspiraciones no van más allá de vivir, viajar y sentir cada detalle de la vida con cuidado de no perderme nada. Siempre me ha gustado el arte y es una parte de mí y de mi vida. En general, el arte me ha salvado de muchas cosas y encuentro ahí una calma y belleza inmensa. Sería más un sueño que una aspiración el poder vivir de mi arte. Una aspiración es conocer muchos lugares del mundo y que mi arte llegue a conmover a algunas personas, que realmente les llegue a transmitir algo.

¿Cuándo te sientes atraída por la pintura?

He estado atraída a trabajos creativos o artísticos toda mi vida. No puedo recordar realmente cuándo comenzó a volverse algo más que un hobby, pero ha sido algo muy presente desde mi niñez. Recuerdo bastante el primer dibujo que realmente me gustó, fue también por el que empecé a tomarme un poco más en serio el dibujar y pintar. Fue un dibujo de una serie animada que me gustaba mucho de niña, y recuerdo que realmente me sentí orgullosa al terminarlo. Empecé a querer mejorar realmente como artista hace unos cuatro años más o menos. Empecé a hacer más estudios pensando en aspectos técnicos como estructura, luces y sombras, y también comencé a comprender lo que me gustaba dibujar. Más que dibujar, trataba de aprender de cada error y de cada trazo.

¿Qué quieres transmitir en tus pinturas?
Al iniciar desde hace mucho tiempo como un hobby, mis pinturas normalmente no buscan contar una historia o capturar una esencia que no sea estrictamente mía. Siempre comienzo a pintar con una idea vaga de algún sentimiento representado en imagen, y el proceso va dictando de qué se trata realmente la pintura. Al final, cada pintura es un retrato de mi propia mente de alguna manera. Es por esto que no les pongo nombre ni un significado. Es una parte importante de la obra dejarla a la libre interpretación de cada persona. Considero que cada quien interpreta dependiendo de su personalidad y de lo que ha vivido. Por esto, cada interpretación es, en cierto modo, una confesión, así como cada uno de mis cuadros o dibujos son, en cierto modo, un retrato de mi propia alma, y esa es la esencia del arte en mi opinión.

¿Qué te inspira?
En términos generales, me inspira la vida, cada detalle y vivencia, tanto mía como ajena. El mundo y la naturaleza, y la manera en que cada cosa es parte de un todo, veo una belleza inspiradora hasta en las cosas más mundanas. Pero lo que más me inspira son las personas y lo únicas que son todas. Me inspira mucho la manera en que la vida es siempre compartida, por muy solos que nos lleguemos a sentir. Las personas que tenemos en nuestras vidas nos forman de cierto modo y es gracias a esto que, al menos en mi opinión, vivimos con el deseo de disfrutar la vida misma.

Dicen que eres un genio. ¿Cómo responderías a ese calificativo?
Honestamente, no me considero un genio ni tampoco me interesa considerarme de esa manera. Para mí es realmente importante verme como una artista principiante que tiene mucho por aprender y avanzar. Sé que uno nunca deja de aprender y, aún así, me gusta ver el arte como una parte de mí y no como algo que hago estrictamente para ser mejor en ello.

¿Qué artistas admiras?
Admiro mucho a artistas del movimiento impresionista como Claude Monet, Van Gogh y Camille Pissarro por el estilo tan único y característico que tienen. También me inspiran mucho las pinturas surrealistas de René Magritte y de Remedios Varo, ya que demuestran un uso muy especial de la imaginación y la creatividad. Obviamente, también admiro demasiado a maestros del arte como Miguel Ángel, Caravaggio, Botticelli, Da Vinci, entre otros.

¿Cómo ves tu futuro?
En un futuro, me veo viajando por el mundo y conociendo lugares nuevos, o en su defecto, con un departamento o una casa sencilla, un gato y un trabajo que me haga feliz. Un trabajo con el que pueda alcanzar una estabilidad económica y, obviamente, el arte siempre estará presente en mi vida, ya sea como hobby o como una fuente de ingresos más. La idea de mi vida sin pintar o sin crear me parece imposible, lo sé porque hasta ahora no ha habido nada que me dé tanta paz como el arte.

Háblame de tu pintura más querida.
La obra de un artista acostumbra a ser más práctica que proyectos terminados y, en la forma en la que yo veo mis obras, son la gran mayoría simplemente prácticas o estudios. Sé que me queda mucho por aprender y mejorar en el mundo del arte. Es por eso que mis obras más queridas son todos los cuadernos de bocetos donde se ve la evolución y el avance, tanto de mi arte como de mí misma como persona. Veo hasta en los bocetos más feos una parte de mí que dejé plasmada en el papel. De cierta manera, son indirectamente diarios sumamente personales.


El Duomo de Florencia

Crónica de Viaje
Por: Faidiver Durango Durango

Pensar que iba a conocer la ciudad de las luces, y no me refiero a París, sino a Florencia, Italia, la ciudad donde el “Siglo de las Luces” explotó en conocimiento y arte, me hacía sentir algo irreal, como si me fuese a encontrar con vivencias mitológicas que solo estaban en mi mente, fruto de la lectura y pasión por esos años del Renacimiento. Pensaba en cómo sería mi encuentro con el Duomo de Brunelleschi o con el David de Michelangelo; era una dulce ansiedad que ya me había situado en la ciudad eterna, en la estación Roma Termini, donde un tren aguardaba por mí en mi última travesía hacia mi cita pactada con la vida.

Poco a poco, el rápido tren inició su marcha, y Roma, con su imperio, iba quedando atrás. En muy corto tiempo, me adentraba a la Campiña de la Toscana, donde delicadas colinas y suaves praderas se confunden con poblados diminutos. Allí se mezclan antiguas abadías y antiquísimos prioratos que me llevaban poco a poco a ser parte de esa Edad Media que se quedó anquilosada en sus viejas ruinas. Geranios se ven adornando vetustas paredes medievales, rincones inmortales, quizás olvidados por la premura y la velocidad del viaje, y que van creando la necesidad imperiosa de volver con paso lento a recoger recuerdos e historias con sabor a vino y a trufa, en verdes y ondulados campos cubiertos de la vid jugosa, en parches impregnados de tonos verdes y amarillos, en mares de girasoles, de olivos irreverentes, con una cálida bruma que te hace iniciar un suspiro.

Sin sentir que el tiempo estaba entrando a Florencia, me palpitaba el corazón, la respiración era más acelerada, mis ojos altivos y en alerta para ver el Duomo a lo lejos. Pero no, aún el destino no daba respuesta al encuentro. Había llegado a la Terminal de Firenze; mi hospedaje estaba cerca. Sería en una edificación que data del año 1300 con innumerables modificaciones, pero con la fama de que dormiría cobijado por cientos de años.

Mis primeros pasos en Florencia me permitieron atravesar la Piazza di Santa María Novella con la imponencia de su basílica gótica y su mármol verde y blanco de estilo renacentista. Alrededor, pequeños edificios entrelazados con líneas que desvirtúan la perspectiva. Esa primera ruta me acercaba al río Arno, cómplice del Ponte Vecchio, el puente medieval más famoso de Florencia, donde transcurría la vida comercial en la Edad Media, saturado de carniceros y expulsados después para darle la bienvenida a los orfebres que desde el inicio del Renacimiento hasta hoy continúan con su actividad económica. Por su corredor Varsoviano, Cosimo I de Medici lo atravesaba desde el Palazzo Pitti hasta el Palazzo Vecchio. Me detuve en la mitad del Puente a la Carraia; al fondo estaba el Ponte Vecchio esperando que lo atravesara. No era solo leer la historia; había que estar ahí para sentir y poder describir su belleza y su particular magia.

Había llegado muy pronto a donde pernoctaría, un edificio achacoso y senil en una vejez perpetua, con unas escaleras no formales de peldaños arrogantes en su forma, pero que cumplían su imperiosa función. Descargué mi equipaje, descubrí mi palacete minúsculo, pero terriblemente bello como todo en Florencia. Tomé aire y me preparé para ir tras mi cita, ese encuentro soñado con el Duomo. Salí y me encontré con estrechas callejuelas que me dejaban sin aliento; cada punto fijo era perfecto, sublime, con la romántica luz del ocaso. Firenze y su magnificencia se reflejaban en cada lugar; en cada paso que daba, era un recorrer de historias de personajes que dieron a su nombre la importancia que la humanidad enaltece. Su florecer en el arte y en el conocimiento me daba la sensación de que al voltear una esquina pudiera identificar a Leonardo Da Vinci, impoluto en sus ideas e inventos; muy seguramente, por donde caminé, él transcurrió con su larga barba y su cabello blanco, como la historia no lo ha presentado.

Me imagino como habitante de esa época, caminando por las calles de Florencia y saludando a Miguel Ángel Buonarroti, quizás conversando con Donatello, discutiendo si realmente el fin justifica los medios con Maquiavelo, mucho antes analizando la Divina Comedia con Dante Alighieri, en una tertulia con Rafael, con Vasari, con Giotto, o quizás persiguiendo a Filippo Brunelleschi para entender cómo construyó el Duomo.

Estar en Florencia es entender que dormirás en el mayor museo del pensamiento creativo de la humanidad. Es comprender el momento exacto donde el hombre dejó de pensar en la teología que dominaba la Edad Media, en ese oscurantismo cristiano de los monasterios, y descubrir la belleza del género humano en su desnudez, en su perfección. Aquí, Dios y el hombre se enfrentan con teorías creadas por el mismo hombre, pero esa lucha la gana inicialmente la Santa Inquisición ante la abjuración de Galileo Galilei, que pese a su humillación, nos deja la herencia de la verdad comprobable y lo hace ganador de esa batalla 359 años después, cuando Juan Pablo II pide perdón por la condena injusta de Galileo por afirmar que la tierra giraba alrededor del sol. Por tanto, en mi camino a mi encuentro, recordaba su famosa frase “Y sin embargo, se mueve”.

Y así como el universo se movía en la mente de Galileo, mi espíritu viajaba en todas las direcciones. Estaba a metros del museo de la Academia, donde está el David de Miguel Ángel con sus formas perfectas, con la exactitud y precisión del cincel donde, absorto, imagino cómo hizo Miguel Ángel para tallar el mármol debajo de la piel de su David y encontrar sus venas, músculos y tendones que nos dejan perplejos ante tanta perfección.

La noche me arropaba con sutiles lámparas de calles que inspiran poemas bucólicos, con versos de ventanas, con portones que riman con cada color de sus envejecidas fachadas. Hasta llegar a una esquina que me permitía ver una pared de rasgos verdes y blancos. La identifiqué perfectamente como si la conociera de siempre. Aceleré mi paso, miraba hacia arriba, pero los edificios escalados por balcones no me dejaban ver. Sabía que había llegado el momento; estaba a unos metros de una esquina con un farol como testigo que iluminaría mi encuentro. Seguí apresurado y, alcanzando el farol, mis ojos se elevaron, y ahí estaba, resignado a mi contemplación.

Ante mí tenía El Duomo, el mayor hito de la ingeniería actual, para mí el más grande suceso de la arquitectura renacentista: el milagro de Filippo Brunelleschi, una idea de ladrillo y mortero, una respuesta a un mundo viejo que indicaba que El Renacimiento había llegado. Ya no eran fotos en una enciclopedia, ni videos de documentales, ni cuentos, ni leyendas. Ahí estaba, adornando la catedral de Santa María del Fiore. Fui acercándome y tímidamente toqué sus muros; me impregné de los sueños que se cumplen cuando viajamos y dejamos que los sentidos despierten ante la tranquilidad de la belleza.

Perplejo, enmudecido, con lágrimas rodando y contemplando más de 4 millones de ladrillos y un peso de 40 mil toneladas, entendí que la vida me premiaba con ver una de las obras más perfectas, símbolo de una era, fruto de la creatividad y quizás de la mágica relación Dios-Hombre en la tierra.

Bon Appetit Jericó

El restaurante Bon Appétit en Jericó, Antioquia, ofrece una experiencia gastronómica única con un menú internacional que fusiona sabores italianos y orientales, incluyendo influencias de Japón, India y Taiwán, combinadas con productos autóctonos colombianos como la mazorca. La atención a los detalles es notable, desde los cubiertos presentados con elegancia hasta la servilleta que añade un toque refinado a la degustación.

La ubicación estratégica en la parte alta de la histórica Casona, la casa más antigua de Jericó, brinda un ambiente encantador donde se entrelazan el sabor, el patrimonio y la imponencia de la plaza principal. La bienvenida con una degustación de pan acompañado de diversas salsas es un preludio del festín de sabores que aguarda a los comensales.

La elección de Jacom fue el arroz Mai Thai preparado en el tradicional wok con un cerdo pre horneado en hierbas, piña, vegetales y salsa soya que cumplió con las expectativas en cuanto a sabor, dejando una recomendación amigable para quienes buscan una experiencia culinaria excepcional. Bon Appétit parece ser una opción destacada en Jericó para aquellos que aprecian la diversidad gastronómica y la atención meticulosa a los detalles.

Jacom definitivamente califica el lugar con la obligación de visitar. Bon Appétit en Jericó, Antioquia, se destaca como un destino gastronómico que va más allá de la simple comida. Ofrece una experiencia que fusiona la diversidad de sabores internacionales con la autenticidad local, todo ello enmarcado en un entorno que celebra la historia y la belleza de Jericó. Sin duda, una elección recomendada para aquellos que buscan deleitar sus sentidos en un ambiente encantador y culinariamente diverso.

La Juventud Poética de Jericó

Como siempre las hermosas mañanas soleadas y frescas de este encantador municipio de Jericó, Antioquia, se entrelazan para crear en el ambiente nuevas expectativas donde todo puede pasar, hasta tener una cita para hablar de poesía.

Crónica: Entrevista con Manuela Ramírez
Por: Faidiver Durango Durango

Me dirijo al Centro de Historia de Jericó, un lugar que embruja con la genialidad de sus paredes antiguas con tejas rojas y es que no podía ser moderno, no había cabida para tal irrespeto. Allí, a las 10 de la mañana, me esperaba Manuela Ramírez, una joven poeta de 22 años y presidenta del colectivo Ake-Narre, que aglutina a los jóvenes poetas de este bucólico municipio.

Al entrar al centro, mis ojos se van a la belleza de sus antiguas fotografías, objetos históricos y libros que parecían tener vida propia. Es un sitio que respiraba cultura y que, sin duda, era el escenario perfecto para esta entrevista con Manuela. Mis ojos recorren cada rincón, admirando la manera en que el pasado y el presente se entrelazaban en aquel espacio.

Finalmente, diviso a Manuela y me cautiva sus mechones ensortijados negros como queriendo ser brillantes crepúsculos que me hacen pensar en adjetivos impolutos frente al encuentro de sus enormes ojos verdes que encandilan con la proximidad de sus versos. Su rostro reflejaba una mezcla de emoción y serenidad mientras que en sus manos sostenía algunas hojas que suponía eran sus poemas guardados en sus dedos con magistral fuerza, creo que protegiéndolos de mi infinita curiosidad.

Manuela, irradia en si la pasión por la literatura como era de esperar de una joven poeta que a sus pocos 4 lustros de vida habla de versos con voz, suave, melodiosa. Ella estaba cargada de un profundo amor por la palabra. Se sentía honrada de representar a los jóvenes poetas de Jericó y de ser concejal de juventudes en este hermoso lugar.

La entrevista comienza y cada pregunta que le planteaba parecía encender una llama en su interior. Sus ojos brillaban con intensidad mientras hablaba sobre su pasión por las letras y de cómo descubre su primer verso.

Con orgullo, mencionó que había nacido en la calle de los poetas, una coincidencia que ella consideraba un destino en su camino literario. Desde muy joven, había sentido la necesidad de expresarse a través de la escritura y había encontrado en Jericó un lugar que la inspiraba día a día. La riqueza cultural y la historia del municipio se fusionaban con su propia creatividad, alimentando su imaginación y enriqueciendo sus poemas.

Además de su pasión por esa desconocida fuerza interior de escribir versos. Manuela me habla de una noble ambición: llegar a ser Ministra de Cultura. Sueña con un país en el que la literatura y el arte fueran valorados y promovidos, especialmente entre los jóvenes. Está convencida de que la cultura tiene el poder de transformar vidas y de construir un futuro mejor.

Era evidente que su deseo de fomentar la literatura y las artes era genuino y arraigado en su ser. Cada palabra que pronunciaba resonaba en el aire. Su voz, llena de convicción, se elevaba en el espacio, como un eco de las palabras escritas por los grandes poetas que habían dejado huella en Jericó a lo largo de los años y ahí en ese lugar de versos pasados ella recuerda a Dona Oliva Sossa de Jaramillo y sus sentidos sonetos queriendo ser como su pluma y sonando con algún día ser oleo en la pinacoteca de aquel noble lugar.

Mientras la entrevista avanzaba, el sol continuaba iluminando el centro de historia de Jericó, filtrándose a través de los ventanales y creando un juego de luces y sombras sobre los objetos históricos que decoraban la sala. Era como si el propio lugar celebrara la presencia de Manuela y su amor por el arte de escribir, envolviéndola en una atmósfera mágica.

La conversación se adentró en los desafíos que enfrentaba como concejal de juventudes y como líder de su colectivo poético. Habló de la importancia de promover espacios de expresión artística y de generar oportunidades para que los jóvenes poetas pudieran compartir sus obras con la comunidad. Su entusiasmo y determinación eran palpables, y era evidente que su labor como concejal y presidenta del colectivo Ake Narre estaba dejando una huella en Jericó.

Al despedirme de Manuela, me sentí afortunado de haber compartido un momento con alguien tan apasionado y comprometido con su arte. Su mirada brillante profunda y adornada con el color verde de sus pupilas y con su voz llena de emoción permanecerán en mi memoria como un recordatorio de la importancia de este Jericó que ha parido tanta cultura.

En este Jericó, con su encanto histórico y su genialidad palpable y el centro de historia como testigo, se habían convertido en el escenario perfecto para esta entrevista con Manuela Ramírez. Y mientras salía del edificio, rodeado de la calma de una mañana soleada y fresca, supe que el legado de los poetas de Jericó continuaría vivo a través de jóvenes talentosos como ella, dispuestos a escribir nuevas páginas en la historia literaria de este maravilloso municipio.

Infusiones para la calma

Si algo ha hecho este tiempo de detenimiento y regreso a lo más simple es ponernos a pensar en formas para estar en sintonía con la naturaleza. Escucharla, entenderla y acomodar nuestras costumbres para habitarla mejor será para muchos el resultado directo de este momento; en ese camino llegará también la certeza de saber que la naturaleza juega a nuestro favor, a tal punto de tener en su repertorio infinito plantas que crecen dispuestas a aportarnos algo de calma. Una infusión de cualquiera de las siguientes hierbas y aromáticas pueden ayudarnos a respirar mejor y a volver el cuerpo un territorio apacible. 

Por Andrea Uribe Yepes | Ilustración: Laura Ospina Montoya

Valeriana

Es una de las hierbas más usadas para lograr efectos calmantes y tranquilizadores, sobre todo porque contribuye a la estabilización del ritmo cardiaco. Algunas personas la consumen para tratar el insomnio, la depresión, algunos temblores y la hiperactividad. La infusión de valeriana se hace con su raíz y es recomendable que el agua esté a 100 grados centígrados.

Manzanilla

La manzanilla, que originalmente se encontraba en los Balcanes y algunas zonas de África y Asia, es una de las plantas aromáticas que más siglos lleva siendo consumida como infusión. Además de ayudar con la digestión, ser utilizada para controlar la diabetes y reducir los dolores menstruales, la manzanilla tiene efectos sedantes que contribuyen a disminuir el estrés y la ansiedad y ayuda a conciliar el sueño. En los climas cálidos crece mejor.

Lavanda

La lavanda es una planta versátil. En algunas casas se usa para la ornamentación, las industrias de la perfumería y la cosmética la tienen muy presente y a su infusión, que se hace sumergiendo flores secas en agua caliente, se le atribuyen propiedades relajantes, analgésicas y antidepresivas. Hay quienes la utilizan para mejorar la calidad del sueño. 

Cidrón

El cidrón crece espontáneamente en los climas fríos de América del Sur, aunque también es cultivada en el sur de Europa y el norte de África. Se ha usado para los resfriados, los cólicos, la fiebre pero también es bastante conocido por ayudar a calmar la ansiedad y tener efectos sedantes.

Toronjil

El toronjil es conocido también como hoja de limón o melisa. Entre las propiedades por las que más se le reconoce está la de ayudar a mejorar la memoria y la concentración, aliviar dolores de cabeza y contribuir al buen sueño. Es apta para ser cultivada en casa tanto en interiores como en exteriores, lo único que necesita son algunas horas de sol diariamente. 

Romero

Es una planta originaria de la región del mediterráneo y es muy usada como ingrediente para sazonar en la cocina. Su infusión, que se prepara normalmente con hojas secas y agua, es empleada para combatir problemas digestivos, pero también el cansancio mental y el estrés. Algunas personas utilizan la infusión fría para lavarse el cabello y prevenir la calvicie. 

Jazmín

La infusión de jazmín, que puede hacerse tanto con la hoja como con las flores, ha sido consumida por siglos en el sudeste de Asia, sobre todo mezclado con té verde. El aroma de jazmín produce un efecto sedante, lo que ayuda a conciliar el sueño, a mantener controlada la actividad nerviosa y a alcanzar estados de relajación que disminuyen el estrés.

Oliva prefiere el silencio

Todos los días, a las 4:30 de la mañana, a la niña Oliva la despierta la llegada del arriero que trae el ganado para que lo ordeñe su mamá. Oliva tiene dos hermanas pero ninguna responde, solo ella (ha de ser porque están casadas que ya no quieren hablar). Oliva baja corriendo las escaleras de madera hasta el piso de tierra y desde abajo oye a su mamá gritando  desde la cocina: “¡Andá despacio que te caéeeees, Olivaaaa, cagona! ¡Que te cojo las trenzas!” La niña ríe silenciosa, se sacude la tierra de las rodillas y coge fuerza para abrir las cadenas de la puerta para las bestias (diez mil veces más grande que ella, piensa).

Detrás de cinco vacas gordas, grandes y lentas, su papá se levanta el sombrero a modo de saludo y el caballo y el perro que lo acompañan parecen saludarla también. Oliva les saca la lengua. No le gustan los animales, nunca le han gustado y de grande nunca los tendrá. Son sucios, se revuelcan en cualquier lado y siempre le ensucian los vestidos. Cuando sea grande y se vaya de esa casa… Entretenida en el piso de abajo, viendo a su mamá ordeñar, por poco se olvida de que se hace tarde y el almuerzo no está. Sube las escaleras, esta vez con la velocidad que la artrosis deja, mientras recuerda todas las veces que se cayó sobre el pasillo de madera por subir corriendo. Enciende la estufa de petróleo, pone a hervir agua mientras piensa qué hacer con el poco revuelto que tiene y camina hacia el corredor de atrás, desde donde se divisan algunas montañas, plataneras y árboles frutales de los patios vecinos.

Baja la mirada: en su patio nada. Apenas un árbol seco y algunas gallinas que dice querer ÚNICAMENTE porque le ayudan a desyerbar el patio y no se suben a la casa. ¿Y la gallina que está en el patio de las bestias? Está culeca y si la deja coger de un gallo… El problema que le pone la mamá. Regresa a la cocina, pela dos plátanos, los echa a la olla, media cucharadita de sal, la echa a la olla. Sigue su camino por el pasillo color crema casi que vacío, de no ser por contadas materas con flores rosas, moradas y blancas. Su papá siempre dice que a falta de lujos, las flores son la alegría de una casa. A Oliva no le gusta casi regar las matas, menos si sus hermanas no la ayudan, pero encuentra que el lema tiene sentido y parte de su tiempo lo invierte en cuidarlas.

Regresa dos pasos para asomarse hacia el salón comedor, cerrado desde que ya no hay gente que lo use. Entre los floreros, un par de  sillones y un cuadro del corazón de Jesús, el papá se queda dormido fumando tabaco mientras la mamá hace punto de cruz sobre el vidrio cubierto de polvo. Sigue el camino. Abre las cortinas del cuarto principal para que le entre la luz del pasillo. Coronando la cama, en el centro, un retrato pintado de su padre y su madre, idénticos a los que recién había encontrado en la mesa. “¡Oliva, la comidaaa!” Se regresa a la cocina. Pela unas papas, las echa. Una ramita de cilantro, la echa. Un huevo ponchado como para una agua-sal, lo echa. A lo lejos suena un bolero, quién sabe de dónde. Apaga la estufa y se entra lo más que puede.

Prefiere el silencio. Recorre lentamente el cuarto, de nuevo. Cruza los umbrales de las puertas que se entrecruzan y hacen del cuarto principal un gran cuarto hecho de muchos, para los hijos. Oliva mira fijamente las tres camas sobrantes. “Ah, pa’ qué se casaron, ¡ahora todas estas camas son mías!” Se tumba un rato a mirar el techo. Hoy no va a abrir las ventanas, tampoco ayer, lo más probable es que tampoco mañana. Tendría que ser que tocaran su puerta con aire noble, preguntándole sobre su historia y sobre la historia de la casa. Tendría que ser que alguien quisiera descubrir cómo se ve desde adentro la única casa en Jericó que habita por fuera del tiempo. Entonces de pronto diría que sí, con permiso de los padres y sin que le tomen fotos a la cara, porque qué vergüenza que se den cuenta de que es la última habitante y que “detrás de las ventanas grandes, amarillas, resiste la más ¡más! humilde casa”.

Le dirán de Cuba

El espacio entre lo que se espera de un lugar desconocido y lo que realmente existe es enorme. Acá un paralelo de lo que se piensa que es Cuba y su realidad apretada, asombrosa y tan distinta a todo lo demás.

Por Andrea Uribe Yepes
Fotografrías: Santiago Vélez

Le van a decir que está detenida en el tiempo y que esto se va a hacer palpable en las paredes de los edificios que se debaten entre el desgaste y la suciedad, en los muebles de madera golpeada, carcomida y nunca restaurada que se ven a través de las puertas casi siempre abiertas de las casas, en los vidrios de las vitrinas que tienen una tonalidad mate propia de algo que ha recibido mucho polvo y que, en igual proporción, se ha limpiado y en ese roce ha perdido el brillo. Le van a asegurar que va a ver ese otro tiempo en los carros parqueados frente al Hotel Inglaterra en La Habana Vieja y se va a escuchar en el bus que rechina. Recordará el sonido de las cosas que crujen porque ya han sobrevivido demasiado tiempo, recordará todo lo viejo que ha visto en su vida y pensará que lo va a encontrar ahí.

También le trazarán un recorrido: La Habana, Cienfuegos, Trinidad, Varadero y, si hay tiempo, mucho tiempo, Santiago de Cuba. La Habana será precioso, Cienfuegos estará bien, Trinidad será complaciente y luego sabrá que pudo haber no ido a Varadero, que allí solamente hay hoteles repletos de personas que compran paquetes turísticos todo incluido, hasta el hastío. Querrá más días en La Habana porque sentirá que le faltó ver cosas pero nunca sabrá si será cierto, porque lo más seguro es que nunca vuelva.

Le harán un menú.
El impuesto por Ernest Hemingway: un mojito en La Bodeguita del medio y un daikiri en La Floridita.
Le harán otro menú.
El impuesto por los cubanos: moros y cristianos (frijoles negros y arroz blanco), ropa vieja, cerdo.

Se decepcionará. Pensará que en cada esquina habrá agrupaciones tocando son cubano o salsa pero no será cierto. Verá que para conmoverse, para escuchar algo que diga así: “El cariño que te tengo, no te lo puedo negar” tendrá que rebuscar algún bar o restaurante con música en vivo y no será fácil. Sobre todo, si va en una época en la cual la Fábrica de Arte de Cubano no esté funcionando. En el único lugar donde no habrá problema encontrando la fiesta es en Trinidad, porque a las 11 de la noche verá a todos los que visten más ligero caminar hacia unas callecitas empinadas que desembocan en una cueva convertida en discoteca. Allí tampoco sonará música cubana porque la sobreponen el reggaetón, los one hit wonders y hasta la importada guaracha.

No le van a decir que hay gatos y perros sin dueño en todas las calles que recorra. Más en La Habana. No sabrá de dónde sacan la comida, ni el agua para beber, ni si algún día alguien les atenderá los males que se les nota –a algunos– en la piel. Pero sí verá a los gatos trepar las rejas con sus patas y colas de ninja y a los perros dormir a cualquier hora y pasear con lentitud en busca del sol.

No le van a decir que el lugar que se quedará más pegado en su memoria será la Universidad de La Habana, una asamblea de edificios estilo neoclásico de colores pastel rosa, amarillo y naranja. Entrará rápido por una puerta chiquitita con temor a que alguien le diga que no puede ingresar, pero nadie lo va a detener. Recorrerá los edificios, encontrará similitudes entre los programas de aquí y de allá –las mismas materias de derecho, por ejemplo– y terminará el recorrido viendo una esfinge de Alma Máter seguida de unas de escaleras largas altísimas que acogieron siempre la revolución.

Verá:
La fila del pan.
La fila para comprar las tarjetas de internet.
La fila de la carnicería.
La fila para comprar una helado en Coppelia.
La fila en la farmacia.
La fila para comprar merengues caseros en la calle.

Notará, en cualquier contacto que tenga con cubanos, que gozan de una dignidad distinta: entre lo dulce y lo altivo, pero siempre segura. No le dirán tampoco, que serán amables y a veces no entenderá por qué. Porque no pidieron nada, pero lo acompañaron hasta el lugar a donde iba, le contaron historias y le explicaron el camino de regreso.

Únicamente una vez se adentre los suficiente en la Habana Vieja observará esas partes que sí están restauradas, pero solo para el turista, pues es allí donde están los museos de arte de arte mural, del cacao, de cerámica (varios), donde están las galerías, las tiendas especializadas en habanos, en abanicos, en ron Havana Club. Al lado de todo esto, en lo que parece ser un parqueadero, verá una feria de libros, discos y chécheres. Verá las primeras ediciones de clásicos cubanos como Paradiso de José Lezama Lima o El reino de este mundo de Alejo Carpentier. Comprará estampillas, pines soviéticos, un libro escrito por Fidel Castro sobre uno de los procesos de paz fallidos en Colombia, un disco que le encargaron de Bola de Nieve.

A pesar de no disfrutar mucho su estancia en Varadero sabrá que será difícil encontrar una playa más bella. Se sorprenderá con esos pedazos donde el mar se queda un poco atrás y la arena le hace fuerza a las olas y forman una pequeña bahía a la inversa. Le parecerá que nunca vió tanto mar y que allí conoció azules nuevos para su colección cromática. Cuando esté en Varadero tratará de buscar similitudes con la playa de Santa María que visitó en La Habana días antes, y entre los colores, la amplitud y la compañía se le caerá el estigma que tenía antes: que todas las playas son iguales.

Contará los atardeceres que puede ver completos. Desde que la luz del sol –que ya no calienta– es tan intensa que no deja verse sin gafas oscuras, hasta cuando ya solo hay un semicírculo, hasta que el mar o lo que sea que vea al fondo se traga el último rayo de luz.

Atardecer número 1: Cienfuegos. Sentados en la terraza del Palacio de Valle. En la mesa había mojitos. Se quedó hasta el final.
Atardecer número 2: Trinidad. Se separó del grupo y le tocó treparse a un muro para verlo. En el cielo había tonos rosados.
Atardecer número 3: lo olvidará.

Olvidará otras cosas también. El olor de las calles, casi todo lo que pasó en los días que no estuvieron soleados, cuál fue el mejor mojito y la peor comida. Pero cuando le pregunten, porque le van a preguntar, si quiere volver algún día, su respuesta saldrá balbuceada. Porque dirá que no, que ya estuvo, que ya lo conoció, pero vendrán los recuerdos, las imágenes que sí se fijaron en la memoria y sentirá una nostalgia chiquita y de ahí vendrá la duda.

Wade Davis: un explorador en el Hay Festival

Rubio y alto, con pinta de turista pero porte de explorador, Wade Davis es el encargado espiritual de abrir el  Hay Festival de Jericó. El director de Comfama se encarga de hacer los agradecimientos de rigor ante un auditorio mudo, pero cuando menciona su nombre se escuchan vítores. Davis presenta el Sendero de la anaconda en el parque del pueblo, una de las películas inspiradas en sus libros y viajes por el mundo, sobre una suerte de renacimiento cultural que atraviesan algunos pueblos indígenas de la llanura amazónica. Después de la proyección decenas de personas se le arriman: jericoanos, el alcalde, gomelos, escritores e intelectuales. Quieren conversar con él, tocarlo, tomarse una foto. Él sonríe, estrecha manos y posa para las fotos con solo un poco de incomodidad.

Texto: Simón Murillo Melo | Fotografía: Miguel Contreras Palacio

Vino al país por primera vez cuando estaba en la universidad, para seguir los pasos de su maestro, el legendario botánico Richard Evans Schultes. Las fotos de la época lo muestran como un hippie apuesto y de ojos despiertos. Esa vez estuvo unas semanas en la Sierra Nevada de Santa Marta, herborizando, conociendo a los koguis, decidiendo su vida.  Desde entonces ha hecho alpinismo en el Himalaya, investigado el vudú en Haití, recorrido la jungla de Borneo, el Amazonas y mucho, mucho más. En el 2018, Santos lo nombró ciudadano colombiano en una dorada ceremonia en el Palacio de Nariño.

Su presentación en el Teatro Santamaría es el evento más esperado del festival. El auditorio está a reventar y apenas sale a escenario, el público lo vuelve a vitorear.  Conversa con Xandra Uribe y Andrés Roldán. Cuando habla en español la presencia épica de Davis se diluye. Pero al público no le importa. Parte de su atractivo en Colombia es que les muestra a sus lectores locales como es el país que no conocen ni conocerán. El Amazonas,  el Sibundoy, la Orinoquía y el Chocó pueden ser tan exóticos para el lector medellinense o bogotano como para el parisino.

La conversación en el Santamaría es más cercana. Habla de sus viajes por el río Magdalena, parte de un proyecto que empezó como un libro del Grupo Argos. La cementera hace parte de una de las industrias más contaminantes del mundo y además tiene graves señalamientos en derechos humanos. Pero los que ven a Davis extáticos no se inmutan. Son todos idénticos: vestidos floreados, diseño de sonrisa y bótox discreto, patriarcas ojiazules que pisan duro.

Davis muestra algunas fotos y responde a los comentarios de sus entrevistadores. Habla un poco incómodo, otra vez, sobre el renacimiento que atraviesa Colombia. ¡No tiene equivalente en Latinoamérica! Xandra Uribe, por ejemplo, tuvo que irse del país de niña y ahora ella, junto con muchos otros colombianos brillantes, están regresando, dice Davis. Al lado del antropólogo y el ejecutivo cultural, Uribe parece brillar de alegría. El público, por supuesto, aplaude.

Más allá del Santamaría, la obsesión de Davis es la de una generación de científicos: la desaparición del mundo. Educados por los últimos que vieron ecosistemas imberbes, sus vidas ha transcurrido a la par de la extinción de cientos de lenguas ancestrales y culturas, junto a fauna y flora que nunca llegaremos a conocer. Ha escrito extensamente de la importancia de reconocer a los pueblos indígenas como seres humanos, de darles una independencia perdida por centurias de explotación. Como me dijo: “ellos no son frágiles. No son delicados o están destinados a desaparecer. Son sociedades dinámicas atrapadas en el medio de varias fuerzas: la modernidad, las intrusiones industriales, el marxismo-leninismo”.

En Jericó, Davis parece atrapado en medio de otras fuerzas. Sale de su conferencia a una entrevista y después a otra y después a otra. Entre ellas, le piden fotos, conversar, una firma. Esta bañado en sudor pero no parece importarle. “La gente siempre me pregunta, ¿cómo mantienes tu energía?” Davis en persona es intenso, inteligente y listo para hilar sus experiencias personales con un conocimiento enciclopédico de literatura, botánica, historia, ciencia. Su discurso es uno eminentemente moral, pero es imposible saber qué tanto resuene su código moral con un público ávido de experiencias, discusiones y pasiones, pero que abrumadoramente parecen ser parte de esas élites colombianas que tanto han… saqueado, profanado, robado, aniquilado, incendiado, exterminado, dinamitado, traicionado y un larguísimo etcétera que tanto Davis como el lector conocen.

“Mi padre solía decir que hay bien y mal. Toma tu elección. Pero no es el destino lo que importa. Es el camino”, dice Davis. Es un argumento que hace eco a lo que ha hecho toda una vida: viajar. Lo mejor de sus libros está ahí, cuando cuenta sin juicios las formas de vidas de pueblos ancestrales. La maravilla de ver un rostro nuevo y el milagro de escuchar una lengua moribunda: el horizonte ético de Davis es escuchar.

El último día del festival, Davis entrevista a Rosie Boycott, una periodista británica experta en la alimentación y sus consecuencias sociopolíticas. Lo hace en inglés y cuando Davis habla su idioma nativo, su inteligencia hiperactiva se vuelve tangencial. Ambos tienen una de las conversaciones más interesantes del festival hasta que a medio camino, Davis se lanza en una espectacular diagonal de casi 15 minutos sobre los vaqueros norteamericanos. ¿Sabía el público que la mayoría eran latinos, pequeños y hacían un trabajo pacífico? ¿Sabía el público que John Wayne odiaba a los caballos? ¿Sabía el público que lo entrevistaron una vez en Anderson Cooper 360, uno de los shows con más rating en Estados Unidos, para hablar del tema? ¿Sabía el público que él escribió un libro del tema?

La audiencia, por primera vez, parece incómoda con él. Boycott lo mira incrédula. Él se disculpa, por allá en el minuto 11, pero añade que el tema es importante. Cuando acaba, Boycott vuelve al tema con gracia. El mismo Davis que narra la creación del universo tairona con el respeto del que quiere creer, es incapaz de escuchar a la brillante periodista que tiene enfrente sin meter la cucharada. Al final, todos aplauden.

Uno de los escritores favoritos de Davis, Peter Matthiessen, dijo que el que crea poder cambiar el mundo está tan equivocado como es peligroso. Davis no puede evitar comentar al estadounidense: “Pero él también decía que tenemos una obligación como contadores de historias de ser testigos del mundo. Eso ha sido mi salvación.”  Mientras se alista para una entrevista más, se ve profundamente orgulloso de ser él, salvado casi. Grande, feliz, el rostro surcado de arrugas y los ojos un poco cansados; tiene 66 años ya. Pero a él probablemente no le importa.

Historias de hielo, ciencia y un continente en exploración: entrevista a Ángela Posada Swafford

Ángela Posada-Swafford es una de las pocas personas que hace periodismo de ciencia en Colombia. Sea en artículos de difusión masiva para la revista Muy Interesante, textos especializados para New Scientist, sus recurrentes especiales en El Tiempo o su serie de libros infantiles para promover la ciencia, Posada ha construido una vida en la convicción de que la ciencia es un derecho. O mejor, que es literatura. Cuando se describe a sí misma, escribe: ‘Creo que la ciencia, el trabajo de los científicos, debe contarse como un cuento’.

Jácom: ¿Cómo se convirtió en periodista científica?

Ángela Posada: Quise convertirme en ambientalista, pero todavía no estaba convencida. Entonces acabé estudiando idiomas. Me hubiese gustado biología marina, pero en ese momento en Colombia todavía no había una visión de dónde trabajar. Mi papá me decía: “lo que tu quieras, pero, ¿de qué vas a vivir corazón? ¿de bucear?

A la Universidad de los Andes, donde estudiaba, fue Jacques Cousteau. Yo era la monitora de Mauricio Obregón, quien en ese momento era el rector de la universidad. Mauricio me dijo que Cousteau iba a venir y yo casi me muero. Era mi héroe. Fue como si a un pintor le presentaran a Miguel Ángel. El tipo me puso las manos en los hombros y me dijo:“¿Usted qué es lo que quiere hacer en la vida?”, y yo le contesté: “yo quiero ser usted”.

Me dijo que tenía que estudiar. “Usted no puede irse a bucear como una pendeja, porque va a terminar poniendo una escuela de buceo”.  Así sea para comunicar la ciencia. Siguiendo su consejo, acabé estudiando periodismo editorial en la Universidad de Kansas.

J: ¿Cuáles fueron sus primeros trabajos?

AP: En Estados Unidos empecé una búsqueda sobre como iba a vivir. Pero como me dice mi papá: “Te mandé por un máster y volviste con un míster.” Porque volví con mi marido gringo de la universidad. Me quedé en Miami y traté de hacer periodismo científico en el New Herald. ¡Me dijeron que lo que podía hacer era ser editora de cocina! Y a mí se me quema el agua. Antes de eso, recién graduada y con un máster, archivaba las fotos y los crucigramas. Pero tenía que comer.

Empecé a poner toda la ciencia que usted quiera en las recetas con espinaca de la página 50: alimentos genéticamente modificados, historia de la cocina, historia del arte en la cocina. ¡Y gané premios, pa que vea!

J: ¿Cómo hizo para llegar de allá a escribir tiempo completo de ciencia?

AP: En Colombia teníamos todavía el pico en el ombligo. Pero yo me ponía en los zapatos de un editor. Entonces trataba de ofrecerles cosas irresistibles. Después me gané una beca Knight: una cosa del carajo con todo pago para ir a Boston, simplemente a sentarse en clases de ciencia en el MIT. Y punto. ¡Ahí sí fue!

Aprendí a detectar tendencias: qué viene en materia de genética, qué viene en materia oscura. Fui a la Nasa, al acelerador de partículas, a la Antártida. Fui la primera periodista hispana invitada por el gobierno gringo al Polo Sur.  Nunca nadie de América Latina, me decían los gringos, había mostrado el menor interés en la Antártida desde el punto de vista hispano.

En esas el almirante de la armada colombiana, me leyó y me dijo: “mamita, la contrato para que sea la bloguera de la marina en la Antártida”. Fui como a tres viajes. Luego estuve con otra expedición colombiana, ahí van cuatro viajes. Después me pregunté cómo entender la Antártida desde el punto de vista de un turista, entonces hice un acuerdo con una empresa canadiense que lleva turistas ricachones, para viajar a la Antártida en uno de sus cruceros. Mi último viaje fue genial, sobrevolando la Antártida en el avión de la Nasa, que fue una cosa importantísima…¡pero es que yo cuando jodo! En mi casa dicen que seco hasta una mata de papaya.

J: ¿qué tipo de ética sigue usted a la hora de informar en ciencia?

AP: Creo que la ciencia es tan complicada. En el periodismo uno tiene la responsabilidad de asegurarse que esa ciencia que uno esta informando es correcta. Y los periodistas necesitan la noticia. Entonces el reportero que no sabe empuja la noticia un poco más de lo que es. El coronavirus, por ejemplo, no es un virus para jalarse los pelos del susto. Tenemos que tener cuidado con la forma en que trasmitimos esta noticia. Y usar el conocimiento científico para decirle a los países: ‘okey china, ¿usted que medidas esta imponiendo para que la gente no viaje? Para preguntarle a los científicos de Washington: ¿ustedes ya están trabajando en una vacuna? Y a los políticos.

J: ¿cuál es la ruta que le sugiere a los que quieren formarse en periodismo de ciencia en Colombia? ¿se debe estudiar una carrera científica?

AP: El periodismo en el mundo entero esta atravesando dificultades.  Fácilmente el 70% de mis colegas en periodismo científico en Estados Unidos han perdido su trabajo.

Pero siempre va a haber necesidad e interés de información científica. La cosa es quién está haciendo esa información ahora: los blogueros, las redes sociales. Se ha democratizado mucho. El problema de estudiar alguna cosa en ciencia es que la ciencia es muy puntual. Si te gustan los pájaros no basta con estudiarlos en general, ¡hay que estudiar el cartílago no-sé-qué del ala derecha de tal especie!

En últimas hay que pensar en cómo llegarle a la gente en esta nueva era de la información. Yo me he tenido que reinventar como Madonna. Como soy freelancer tengo que vivir pensando en poder pagar la hipoteca. Ahora estoy empezando a hablar de la diplomancia de la ciencia: cómo informar a los hacedores de leyes. Entonces estoy dictando charlas en las embajadas de Colombia en todo el mundo. Porque resulta que la diplomancia de la ciencia es más que un cañón: puede resolver guerras.

J: ¿Por ejemplo?

AP: La Antártida. Por ahora es una maravilla, pero con el deshielo se están empezando a descubrir zonas rocosas llenas de minerales. El tratado la protege hasta el 2048, cuando hay que volver a ratificar, pero es como la luna y le pertenece a todo el mundo. Cuando los veo hablando, parece que todos tuvieran los codos sobre la mesa, buscando qué me va a tocar de ese ponqué. Estos países hermanos nuestros, Perú y Ecuador, llevan 25 años yendo a la Antártida. Tienen buques exploradores polares, estaciones antárticas divinas. Se han dado cuenta de la importancia táctica, diplomática y científica del continente.

Si como colombianos no ponemos un pie en la Antártida, es como si fuéramos Bolivia: vamos a quedar sin acceso al mar. Y si no ponemos un satélite, nos vamos a quedar sin acceso a ese nuevo océano que es el espacio.

Ana Ochoa y Ángela Posada Swafford. Hay Festival Jericó 2020.

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