Los “misterios” de los pájaros y los cuentos de “los antiguas” en Jericó

En Jericó, Suroeste antioqueño, abundan las aves: pequeñas, grandes, de mil colores. Y a su alrededor, las historias. Bienvenidos a un viaje alado donde los augurios de muerte y los presagios de libertad vienen en clave de pájaro. Un vuelo por el universo de las creencias y la tradición oral.

 

El Parque Natural Las Nubes, en Jericó, es una zona de reserva ecológica ubicada aproximadamente a 2.250 m.s.n.m. que aún conserva buena parte de la biodiversidad local no solo de aves, sino de primates. Por mucho tiempo aquel escenario natural fue un lugar de asiduas jornadas de cacería, pero también de amables historias entre hombres y animales. Sus detalles todavía se encuentran vivos en la memoria de muchos.

“Pajareros” y campesinos refieren agüeros y “misterios” en los que creían “los antiguas” y que han sido transmitidos de generación en generación, a través de la oralidad. Y aunque el escepticismo se apodera de estos tiempos, todavía se cuentan relatos donde el avistamiento o los cantos de tal o cual pájaro ha sido muy “efectivo” para entender y afrontar acontecimientos cotidianos de la existencia humana.

En este grupo de aves que vaticinan o anuncian eventos futuros, por lo general de corte fatal, encabezando la lista se encuentra la Tórtola castaña (Columbina tapalcoti), también llamada “Palomita Colorada”, “Torcacita Colorada” y “Tortolita Rojiza”. Mide de 15 a 17 cm, habita en las selvas tropicales de tierras bajas y de montañas, en las selvas de galería, en las sabanas donde hay algunos árboles, en los llanos, en regiones semiáridas donde hay arbustos, en los terrenos de cultivo y en zonas urbanas. Es muy común en diversos ambientes urbanos y rurales de Colombia; su distribución se extiende desde México hasta Argentina y en Trinidad y Tobago.

Cuenta José Leonardo González, de la vereda Castalia, que el agüero más común que se le atribuye en la zona a esta tortolita es que cuando canta “Se fue, se fue, se fue” algo trágico va a acontecer. Ello sucedió, por ejemplo, hace 10 años, cuando falleció su hermana Aurora González, de 62 años, en Medellín. El día antes, durante toda la jornada, una de estas palomitas le avisó con su ‘estribillo’ sonoro que alguien iba a morir. “Eso es preciso”, así fue como al mediodía lo llamaron de la ciudad a contarle la infausta noticia.

En esta misma línea de corte fatal, se encuentra el Trespiés (Tapera naevia), también conocido como el crespín, crispín o cuco rayado. Es una especie propia de Centro y Suramérica, cuco de color café, de unos 28 cm, buche blanco y cola larga. “Es saraviadito, copetón y tiene tres paticas, por eso se llama así”, dice Luis Arcadio Molina, un campesino de 64 años dedicado a la producción de carbón vegetal. Además de bello, el pajarito “es misterioso” porque un día, hace 30 años, empezó a cantar a la una de la mañana en la barranca, hasta que, tres horas más tarde, murió su suegro Miguel Ángel Palacio.

Pero así como anuncia la muerte, este pájaro Trespiés previene a los cazadores y caminantes de las selvas o las montañas del peligro que representan algunos animales silvestres. Como lo confirma uno de los pajareros más experimentados de Jericó, Martín Emilio Gutiérrez, de 83 años, este pájaro “siempre anuncia los problemas. Siempre se para en los árboles con un pie alzado. Él ahí es donde está observando y da el canto”, que es “‘Trespiés, trespiés’. Ese es el canto de él”.

 

Previsoras alertas

De los peligros del monte, el búho rayado (Pseudoscops clamator) también previene. Este ‘lechuzón orejudo’ es una especie de búho de tamaño mediano con largas plumas que parecen pelos en su cabeza, aparenta unas orejas y un disco facial amarronado-blanco con un borde negro. Su pico es negro, y ojos de color canela, alas redondeadas más cortas que las que poseen muchos de sus parientes. Su dorso es de color canela con tonalidades negras y gruesas barras. Su zona ventral es de color pálido con rayas. Se encuentra en varios tipos de hábitat: bosques, zonas anegadizas, pastizales, campos y bosques húmedos tropicales. Vive en Suramérica y partes de América Central.

Este búho rayado “es ojizarco, como con orejitas de gato y cabeza plancha. Siempre vive encogidito, quieto en los árboles”. De él también se podría decir que mide unos 36 cm, con pico agudo, como todo buen cazador, y de hábitos nocturnos. Su coloración más bien negruzca le permite capturar de forma más fácil a sus presas, entre las cuales se destacan roedores, pichones, reptiles y pequeños artrópodos. Roberto, un amigo de Martín Emilio, que vivía en Tarso, hace 15 años estaba en el Parque Natural Las Nubes cuando uno de aquellos búhos le avisó que había una “pantera” muy adelante esperando y se tuvo que devolver. En ese tiempo todavía había mucha “fiera” en “esa selva”, pero con los años “ya se fueron derrotando”. Este solo lo hace para anunciar  al hombre la inminencia de algún peligro cercano. Y este no es el único “misterio” que tiene el ‘lechuzón orejudo’, ya que cuando canta en invierno es porque va a hacer verano.

Según Martín Emilio, esta ave es confundida a menudo con el Currucutú (Megascops choliba), que es más pequeño y, a diferencia del anterior, canta toda la noche “currucutuuú, currucutuuú”. Este pequeño habitante de la noche es de plumaje saraviado y tiene “orejitas”. Posee, además, la facultad de contestarle a quien imita el sonido de su canto. Así, tal como lo precisa Jesús Montoya, “si uno canta ‘currucutuuú’, él le responde de la misma manera”.

Con rasgos similares, se encuentra la Lechuza común (Tyto alba). Es un ave de color blanco y café, de unos 38 cm, que tiene un disco facial en forma de corazón. El área de distribución es en los cinco continentes. Tiene hábitos nocturnos y los sitios habituales de anidación y residencia son las construcciones altas y viejas de los cascos urbanos. A esta característica se le debe su apelativo popular de “lechuza del campanario”. Sobre este particular, don Jesús recuerda cuando, hace mucho tiempo, aquellas aves de vuelo silencioso se metían furtivamente en la Catedral de Jericó, desde arriba del campanario “por cualquier huequito” para ‘robarse’ el aceite de las lámparas. “Se embuchaban bien y volvían y salían”.

 

Otros mensajeros

En este mismo grupo de aves que, con su presencia “avizoran eventos futuros” se encuentra la Gallina ciega (Nyctidromus albicollis). Es de tamaño mediano (22– 28 cm), cola muy larga, alas largas con la punta redondeada, es el chotacabras (creencia equivocada de que chupan la leche de las cabras [chotar significa mamar]) común de los caminos rurales. Es de color grisáceo, negro y blanco entreverado, y leonado por encima, picos o patas fuscos (oscuros); su vuelo es errático y a corta altura. La especie se extiende desde Argentina hasta Texas (E.U.) y su hábitat es de bosques tropicales y subtropicales, manglares, matorrales, pastizales y plantaciones hasta una altura de 1,600 msnm. Por lo general, se la puede divisar cuando llega la noche o al amanecer. Martín Emilio afirma que si a estas horas el viajero la percibe claramente es señal de mala suerte. Sin embargo, Jesús Montoya dice que el único “misterio” que tiene aquella ave es el anunciar la llegada de la Semana Santa, pues canta únicamente en tiempo de Cuaresma.

Esta ambigüedad en las apreciaciones también está vigente en otras especies, por ejemplo, el Gallo común (Gallus gallus domesticus). Para don Leonardo, “un gallo que cante después de las seis de la tarde ya eso tiene su agüero”, sin importar si el ave es de cualquier color (colorado, saraviado o negro). “Con tal de que cante después de las seis de la tarde” y que sea criolla porque “el fino canta a cualquier hora”, ahí ya se intuye un misterioso presagio. Agrega que el criollo ya ni canta a las cinco de la mañana; aunque antes cantaba sagradamente a esa hora, lo que lo atribuye a que “ya estamos en un mundo moderno”. Para Martín Emilio, “el gallo tiene el misterio que cuando canta a las 12:00 trae mala suerte y lo llaman el ‘Gallo de la Pasión’. Dicen que siempre anuncia peligro o que va a faltar alguna persona”. En sentido contrario, Jesús Montoya cree que “el gallo es un animal bendito, viene desde la pasión de Nuestro Señor Jesucristo; cuando negaron a Nuestro Señor cantó el gallo y ahí los hizo quedar mal. Eso sí ocurrió en la vida de Nuestro Señor”.

Y así como el gallo, también está el buitre negro americano, zopilote o jote de cabeza negra (Coragyps atratus), denominado chulo, golero o gallinazo (en Colombia y Perú), como una figura que cobra un doble sentido para los habitantes de esta subregión antioqueña. Se extiende desde el sur de los Estados Unidos hasta el sur de Suramérica. De unos 60 cm de largo, tiene la cabeza y el cuello grises y desprovistas de plumaje, posee una envergadura de alas de 1,67 m, plumaje negro uniforme, pico corto y en forma de gancho. Es carroñero, pero también consume huevos y animales recién nacidos; en lugares poblados por el hombre, se alimenta en basureros. Encuentra su alimento usando su aguda vista o siguiendo a otros buitres que poseen un buen sentido del olfato.

Comúnmente se lo ve en los basureros, pero en ocasiones puede apreciarse posado en el techo de las cárceles. Allí se tiene el agüero, dice Leonardo, de que “cuando usted ve un gallinazo parado en todo el caballete de la cárcel, es que sale una persona o va a entrar otra… Yo sé porque yo estuve allá”. Este mismo augur lo confirma la señora María de los Ángeles Palacio, esposa de Luis Arcadio Molina, al decir que “si el gallinazo está con la cabeza para la calle, es porque el preso va a salir, y si no es que va a entrar”. De igual manera, el gallinazo, tal como las especies antes nombradas, se encuentra ligado a los relatos que confirman una experiencia alrededor de la muerte. Cuenta Uriel Antonio Montoya que un gallinazo asentado en la cruz de su casa anunció la muerte, en 1979, de María del Carmen Jiménez.

En la memoria de esta población también existen aves que adquieren propiedades humanas. Mario Jaramillo, jericoano de 63 años, cuenta que hace unos 20 años un sinsonte tropical, cenzontle tropical o paraulata llanera (Mimus gilvus) pasó por la casa de su tío Libardo Jaramillo. En ese instante, la familia se encontraba reunida; en pleno evento, “el pajarito fue cayendo muerto”. Al otro día, Libardo, quien en ese entonces tenía 65 años, se infartó, pero días más tarde se recuperó y su sorprendente recuperación fue atribuida al hecho de que el ave había asumido la muerte del dueño de la casa.  

De otra parte, no sobra anotar que el sinsonte tropical, un pájaro de unos 25 cm, de color gris y negro, es muy apetecido como animal doméstico por su capacidad de imitar cantos y silbidos de otros pájaros y melodías que les son enseñadas por sus dueños. Ahí se da otro intercambio entre humanos y aves, pues muchas personas se dedican a enseñarle palabras y tonadas. Y en esta transmisión de la facultad del habla, también ocupa un lugar preponderante el Pinche o Afrechero (Zonotrichia capensis), un ave pequeña de 14 cm, de color café entreverado, con dos franjas negras sobre gris y blanco con una pequeña cresta en la cabeza (en los machos). Habita alrededor de las casas del casco urbano y de las veredas. De este pequeño pájaro los habitantes del municipio afirman que “tiene un misterio, y es que dicen que cuando hay un niño que está duro para hablar, le meten el piquito del Pinche en la lengüita para que lo muerda y creo que así el niño empieza a hablar ligero”.

De igual manera, también figuran las aves que advierten sobre cambio en el clima de la zona. El ya mencionado Currucutú se halla en esta clasificación, pero también aparecen aquí las golondrinas y la aguililla. A las golondrinas, sobre todo a las de color blanco y negro (Pygochelidon cyanoleuca) se les asigna la facultad de traer “el invierno y traer el verano”. Dice Juan Camilo Sepúlveda, un pajarero reconocido del pueblo, que cuando “se amontonan muy seguido es que va a llover”. A su vez, la Aguililla o Vencejo (Streptoprocne rutila), tal como lo afirma Uriel Montoya, también sirve para avizorar eventos meteorológicos. Tanto es así que ellas “son las mensajeras del invierno. Son negras, grandes y vuelan en la noche. O cuando salen en la tardecita, cuando está nubado, es porque va a hacer tempestad”. De esta manera las aves que revolotean por los campos y las casas de Jericó han brindado referentes de capital importancia para entender y actuar frente a diferentes aspectos de la existencia diaria como la muerte, el aviso de noticias buenas o malas, el clima, la enfermedad o la suerte. Todos estos significados integran una valiosa parte de una tradición cultural que aún pervive y que seguirá vigente hasta que la magia de la palabra contada siga siendo invitada de honor a las tertulias cotidianas de los habitantes de aquella población.

País de aves

Colombia es el país con el mayor número de especies de aves en el mundo. Con cerca de 2.000 reportadas en 2012, este patrimonio biológico es uno de los más grandes del planeta y se constituye en una de las mayores riquezas de la biodiversidad de nuestro país. Las montañas andinas de Colombia albergan gran cantidad de aquellas aladas criaturas; los últimos registros indican que en los piedemontes, mesetas y cumbres habitan alrededor de 800 especies que encuentran en sus variados ecosistemas grandes alternativas de refugio, alimentación y reproducción. El Suroeste antioqueño se enmarca entre la parte oriental de la Cordillera Occidental de los Andes y la parte occidental de la Cordillera Central que forma el cañón del río Cauca. Esta región posee distintos pisos térmicos. En pocos kilómetros es posible ir del frío al calor y de una altura a otra, lo cual posibilita la existencia de diversas especies de aves en extensiones cortas de territorio. Y, precisamente, en esta región geográfica es donde se ubica Jericó, municipio con una extensión de 193 km2, de los cuales 191,8 km2 pertenecen al área rural; el casco urbano se halla a 1.950 m.s.n.m.

 

Nombré a dos insectos y se los dediqué a mi papá y a mi mamá

Los insectos tienen quizá más historias para contarnos que cualquier otro grupo de organismos, pues son el grupo con más especies conocidas lo cual está reflejado en sus formas e historias de vida. Se estima que aún nos quedan por descubrir y describir miles e incluso millones de especies nuevas de insectos.

Textos y fotografías: Camilo Flórez Valencia
Biólogo
Curador de las Colecciones Biológicas de la Universidad CES

Para poder contar esa nueva historia debemos nombrar la nueva especie; ese nuevo nombre debe tener asociado una descripción detallada del organismo. Una nueva especie requiere ser nombrada no porque no exista en el mundo sin el nombre que le damos, sino porque es necesario que esto suceda para que se puedan contar historias sobre ella. Más allá de los textos técnicos donde son descritas estas especies, encontrar y describir una especie nueva conlleva abrir otro pequeño mundo.

La familia Membracidae o de los membrácidos es uno de esos grupos de insectos en los cuales nos quedan muchas especies y aspectos de su biología por conocer y documentar. Estos insectos se alimentan succionando savia de las plantas y algunos son conocidos comúnmente como ‘insectos espina’ o ‘helicópteros’. El primer nombre se debe a que una estructura de su tórax, que en membrácidos está muy desarrollada, puede tener forma de espina. El segundo nombre se debe a que hace unos años las personas ataban una cuerda a las patas de estos insectos y al volar permanecían en el aire como un helicóptero.

 

Cladonota apicalis

Algunas especies de estos pequeños organismos (grandes en comparación con otros insectos) tienen cuidado maternal: las madres cuidan a sus hijos por medio de estrategias impresionantes. Algunos de estos insectos lanzan patadas fuertes para espantar a depredadores y parasitoides. En Medellín me contaron que la gente los atrapaba y los ponían cerca para que “pelearan”. Otros membrácidos pueden tener relaciones muy interesantes con hormigas que son tan diversas y sofisticadas que no van a ser el punto de este texto.

Describir membrácidos

Hace alrededor de un año, describí dos nuevas especies de Membracidae. Les di nombre y conté una nueva historia, pero mi sensación es que siempre queda algo más por contar. Detrás de las historias técnicas de los artículos científicos, siempre (para mí) hay una emoción adicional relacionada con la expedición donde encontramos la nueva especie, las comunidades alrededor de los sitios, las personas que nos acompañaron, las historias que nos contaron mientras caminábamos, los almuerzos al lado de los ríos. Muchas de estas historias se pierden inmersas en las necesarias descripciones telegráficas de los artículos científicos.

Esas dos especies nuevas las nombré como Calloconophora estellae y Problematode robertoi. Dediqué estos nombres a mis padres, Luz Estella Valencia y Roberto Flórez en agradecimiento por la vida y el inmenso cariño que les tengo. De esta forma, los epítetos estellae y robertoi también se vuelven fundamentales en esta historia.

Calloconophora estellae

Tiene una apariencia hermosa, con muchos pelos dorados interrumpidos por dos líneas de pelos más oscuros. Más allá de esto, lo más impresionante de esta especie es la forma en la que cuida y defiende a sus hijos. La madre deposita una sustancia cerosa en un patrón en espiral alrededor de los tallos cerca de sus huevos o ninfas.

Esta sustancia es pegajosa, por lo que otros organismos como avispas, arañas u hormigas que puedan depredar a los huevos o ninfas de los membrácidos quedan adheridos a esta sustancia. La cera además tiene un patrón en espiral muy particular, constituido por bolas unidas por pequeñas líneas, que la madre deposita con mucha calma. Esta cera puede encontrarse en todo un fragmento de la planta, dándole un aspecto muy particular, parecido a un arreglo navideño o un diseño para una torta.

Pero hay más, la hembra además deposita más cera sobre los huevos, se posa sobre ellos y los defiende de forma agresiva contra depredadores y parasitoides por medio de movimientos con las patas y zumbando sus alas. La hembra permanece con sus hijos hasta que estos se vuelven adultos. Se podría decir que esta especie tiene uno de los comportamientos de cuidado maternal más asombrosos y complejos dentro de los membrácidos.

Calloconophora estellae está estrictamente asociada a una enredadera de la familia Dileniaceae que con frecuencia crece al borde de ríos y caminos. Esta especie la hemos encontrado hasta el momento en el Magdalena Medio y en el piedemonte de la Cordillera Occidental hacia el Chocó.

Problematode robertoi

Por otro lado, Problematode robertoi tiene un aspecto muy diferente al resto de membrácidos porque tiene unas alas con venas gruesas e irregulares. Esta especie no tiene un pronoto grande ni con formas extrañas y extravagantes como otros membrácidos. Su forma es aplanada y su coloración similar a tallos con musgo. En otras palabras, a simple vista no parece un membrácido. Nos podríamos además arriesgar a decir que esta especie debe estar camuflada de forma extraordinaria, por lo que es muy difícil de encontrar. Hasta ahora sólo hemos encontrado un individuo de esta especie (con el cual se realizó la descripción), y apenas cuatro individuos de las otras dos especies descritas del género Problematode. Hasta antes de la descripción de P. robertoi, no había sido posible establecer quiénes eran los ‘parientes’ del género. Por medio del descubrimiento de P. robertoi, tenemos al menos una idea de quiénes son sus primos, aunque aún no sabemos quiénes son sus hermanos.

Vista dorsal de Problematode robertoi

Arboloco

El único individuo conocido de P. robertoi lo encontramos en un remanente de bosque cerca de la finca Arboloco, muy cerca de Manizales y el PNN Los Nevados. Mi papá adquirió Arboloco como un lote ganadero hace más de 15 años y ahora es un espacio en proceso de restauración donde habitan cada vez más insectos, plantas, aves y muchos otros organismos. Esta es una de las principales razones por las cuales nos motivamos a conocer más de los bosques cercanos a esta finca y una de las razones por las cuales ahora conocemos a P. robertoi.

Mis padres siguen siendo una de las principales motivaciones para estudiar estos insectos. Se siguen emocionando con cada nuevo bicho que encontramos o con cada nueva planta que sembramos en la finca. Esto hace parte también de la historia de las especies así sea de forma indirecta y no es posible desligarnos de las emociones al estudiar las maravillas que nos rodean.

Link del artículo aquí
Artículo científico completo: solicitarlo a kmilofv@gmail.com

Alborada de Jericó

Las historias encontradas sobre cómo se conformó territorialmente Jericó no son unánimes ni exactas, pero dan cuenta de un proceso parecido al de un amanecer: toma su tiempo pero no se detiene. Fluye para dar vida a lo que poco más de 300 años después de las primeras historias conocidas pasó a llamarse Jericó.

Las sierras ásperas, los ríos caudalosos y el cansancio de hombres acostumbrados a las tierras planas fueron aprovechados por los indígenas que poblaron, en épocas prehispánicas, lo que es hoy el suroeste de Antioquia. Las expediciones en busca de tesoros se dilataron porque los “indios estorbaron” las rutas de algunos españoles e impidieron el saqueo de los cerros y las tumbas. Esto marcó el inicio de una serie de trazados que vincularon física y culturalmente a Jericó con otros territorios.

“Hallémonos tan tristes en vernos metidos en unas montañas tan espesas que el sol ahí no lo veíamos, y sin camino ni guías, ni con quien nos avisase si estábamos lejos o cerca del poblado, que estuvimos por volvernos a Cartagena”. Ésto fue lo que escribió un soldado del ejército español que emprendería una gran expedición  por el oro al encontrarse con las montañas antioqueñas.

En 1538, el español Juan de Vadillo huyó de Cartagena en compañía de una tropa de 200 hombres y 300 caballos cuando la Corona española se enteró de que el abogado apresó y usurpó al gobernador de esa provincia, Pedro de Heredia. A Vadillo también lo motivó salir de allí el saber que el explorador Francisco César fue en búsqueda del tesoro “Dabaibe”, ubicado en la zona andina colombiana. El ejército arribó entonces al suroeste antioqueño por el lado occidental del río Cauca y fueron los pobladores originarios indígenas quienes guiaron, por ciertos lugares distrayéndolos de su objetivo, el oro.

Las primeras luces que vislumbraron la expedición le permitieron ver un paisaje dominado por una selva espesa. Se presume que en estas tierras cercanas al río Piedras  habitaron los nativos; quienes vivían de la pesca, la caza y la agricultura; al igual que de los vastos frutos que la tierra les ofrecía como vitorias, chachafrutos, granadillas, chirimoyas, aguacates y más. Sin embargo, durante la ocupación española en Antioquia, como lo documenta el historiador Juan Carlos Vélez Rendón en su texto La configuración económica, política e institucional de Jericó 1840-1910, estas comunidades “resistieron todo intento de colonización de su territorio y, a pesar de los esfuerzos militares de los conquistadores Juan Vadillo y Francisco César, permanecieron habitándolo según sus costumbres nómadas. Así pues, el territorio del suroeste no fue integrado al dominio español durante los siglos XVI y XVII”.  Tiempo después la ocupación española provocaría una debacle en la población indígena que habitaba lo que es hoy Jericó, de manera que para cuando fue el momento de la colonización antioqueña en el siglo XIX, se encontraron con terrenos “baldíos” apropiados para fundar y repartir. Jericó, además de las riquezas del medio natural, el clima y su fertilidad, tenía una posición estratégica en el mapa para la apertura de caminos hacia Marmato y el Chocó con fines principales de explotación comercial.

Ilustración: Laura Ospina Montoya

Más tarde, en 1835 los territorios del río Piedras pasaron a ser parte de la concesión Echeverri gracias a la entrega que hizo el Estado a tres prestamistas de la época de guerras de la independencia. Gabriel Echeverri, Juan Santamaría y Juan Uribe Mondragón recibieron 160.496 fanegadas —una fanegada es equivalente a una cuadra de 6.400 m² de tierra— en las “montañas de Caramanta”.

Fue la familia Santamaría la encargada de alumbrar el proceso de fundación del hoy municipio de Jericó. Santiago, el cuarto entre cinco hermanos, se asentó en el territorio que le pertenecía a su padre y motivó a familias de otros pueblos antioqueños, especialmente Rionegro, Marinilla, Envigado, Amagá y Fredonia, a establecerse allí y hacer productivo ese suelo. El fundador ofrecía parcelas a cambio del trabajo que se realizara en la construcción de caminos.

El Presbítero Jorge E. Álvarez Arango cuenta en la Revista Jericó que el primer camino hacia Jericó se trazó, según su lógica, tomando el camino desde la desembocadura del río Piedras en el Cauca y, siguiendo el cauce de éste, “subieron por lo que es hoy el camino de la Tulia que luego fue por muchos años el camino de herradura de Jericó hacia Medellín, antes de que se abriera la carretera, obra del ingeniero doctor Cástor Correa”. Este tipo de apropiación del territorio llevó a que el primer nombre de Jericó fuera “Aldea del Piedras”, una bella nominación a partir del entorno natural.

Juan Carlos Vélez Rendón nacido en Jericó y docente e historiador de la Universidad de Antioquia, cuenta sobre las paradojas del territorio: “esta zona que uno podría ver desde la geografía como un poco cerrada se activó productiva y socialmente por las dinámicas del mercado mundial y las ideas liberales del progreso que vinieron desde el siglo XIX. Esa zona tan protegida por la Cordillera Occidental, primero se activó productivamente a partir de la ganadería, carnes y cueros para el exterior y para ayudar a una industria minera que en ese momento estaba por fuera del suroeste antioqueño, especialmente en Marmato”.

Santiago Santamaría tuvo un método colonizador muy cercano con las familias que allí decidieron habitar pues, como se dijo antes, las proveyó de pequeñas tierras, dinero, herramientas, ganado. Esto permitió consolidar la pequeña y mediana propiedad que fue la encargada de dibujar el paisaje que hasta hoy permanece, es decir esas pequeñas fincas cafeteras basadas en la producción familiar.

Santiago Santamaría Bermúdez fue admirador de José Félix de Restrepo, especialmente por las ideas de libertad e independencia que él siempre difundió. Fue gracias a este educador, magistrado y pionero en la abolición de la esclavitud, por quien desde el 9 de octubre de 1852 el pueblo pasó a llamarse Felicina.

Para 1853, el municipio tomó su nombre definitivo, Jericó, a través de la Ordenanza 15 del 13 de diciembre. Este nombre se instituyó gracias a la propuesta del Obispo Juan de la Cruz Gómez Plata, para recordar ese faro que guió  hasta la ciudad que Dios le prometió a Abraham, a Isaac y a Jacob, tierra próspera y fertil donde también creció un gran pueblo y que representó un nuevo amanecer para los cristianos.

“Usted hoy puede advertir en el paisaje que es una zona donde se combinan la pequeña, mediana, y gran propiedad. Hasta el día de hoy eso ha sido una constante y permite no solo equilibrios productivos sino también sociales muy importantes, porque las personas generan un arraigo muy particular debido a que la estructura de propiedad rural, más que generar conflictos, los ha evitado o no los ha hecho tan fuertes como en otras zonas donde la existencia de la gran propiedad genera muchas tensiones”, explica Vélez Rendón.

Esta configuración del territorio, tan resguardada de las otras zonas del país gracias a las murallas que han sido las Cordilleras Central y Occidental, no fue impedimento para que Jericó siguiera alumbrando caminos más allá de los cercanos pueblos de Andes, Támesis y Caramanta. Tanto así que, primero con recursos privados y después reforzadas con inversión del Estado, las rutas se extendieron hasta lugares como Marmato, Cartago y Supía, lugares hasto donde llegaban las reses criadas en Jericó.

Este devenir tuvo clara influencia en el desarrollo que se dio con el café a partir de 1880 y que se consolidó a lo largo del siglo XX como uno de los productos que impulsó la economía no solo del pueblo sino de gran parte del suroeste; reiterando la conexión permanente con el exterior pues es un producto que se exporta y es reconocido fuera del país. De la mano del café, se desarrollaron otros espacios productivos que convirtieron a Jericó en un municipio de tener una economía de subsistencia a uno de economía de mercado, especialmente desde inicios del siglo XX.

Los archivos nos cuentan que hacia 1909 se creó la Fábrica de Tejidos de Jericó S.A. que duró hasta mediados de la primera década y Eugenio Prieto Berrío, recordado por Vélez Rendón,  lo narra así: “Ciertamente es increíble que aquí donde parece que viviéramos alejados de todo movimiento mundial, encerrados como en una ergástula formada naturalmente, donde nos asfixiamos por falta de válvulas que den vida a nuestro tráfico con el exterior, se lleven a efecto obras como el alumbrado, la trilladora y la fábrica a que nos venimos refiriendo, movido todo por la luz eléctrica”.

Con el paso de los años, la industria manufacturera  dio a luz a grandes empresas en sectores tales como helados, trapiches, trilladoras, piladoras de maíz, imprentas, gaseosas, hielo, talabarterías y muchas más. Los caminos fueron los articuladores que permitieron la entrada y el fluir de las ideas, de la cultura y de una economía floreciente. Para amanecer en los días actuales en los que los carrieles, el turismo y los recorridos por fincas cafeteras jalonan la economía de esta tierra que sigue prometiendo mucho para lugareños y visitantes.

Cereal

Con la cuarta edición del Festival del Oso de Anteojos, el municipio de Jericó acogió una de las conversaciones sobre biodiversidad más importantes de la subregión. Desde el 31 de mayo y hasta el 2 de junio de 2019, científicos, artistas, divulgadores y diversas organizaciones ambientales de Antioquia hablaron sobre por qué es importante concentrar esfuerzos para la conservación biológica de especies como el oso de anteojos en un contexto en el que crecen, cada vez más, los impactos ambientales. 

¿Por qué proteger los corredores biológicos del oso de anteojos y otras especies? ¿Cómo responder a este S.O.S ambiental? ¿Cómo habitamos el territorio con otras especies?

El 4 Festival del Oso de Anteojos hace parte del programa Abrazando montañas, una de las estrategias de la Corporación Gaia para la consolidación del Corredor biológico del oso de anteojos en el suroeste y occidente de Antioquia. En sus ediciones anteriores y desde el año 2016 este Festival ha recorrido los municipios de Jardín, Urrao y Támesis. Estos pueblos tienen en común un complejo contexto socioambiental atravesado por proyectos de minería a gran escala y modelos agroindustriales basados en la ganadería expansiva y agricultura intensiva. Pero así mismo comparten la defensa del territorio en la concreción de movimientos ciudadanos por la protección del ambiente. 

«Queremos garantizar que nuestras montañas y nuestros bosques sean protegidos y sean espacios siempre para la conservación, que conozcamos los límites de nuestras actividades y desarrollos agropecuarios y agrícolas y el respeto por las fronteras del hábitat del oso de anteojos y otras especies», dijo Jorge Pérez, alcalde de Jericó, sobre uno de los objetos de apoyar este Festival desde la administración municipal y quien además nos contó que  este evento se da a propósito de la coyuntura por la que atraviesa el municipio con la empresa minera Quebradona Colombia SA, filial de la multinacional AngloGold Ashanti. 

Para Marcela Ruiz, coordinadora de la línea ambiental de la corporación Gaia, el Festival «es una oportunidad para que la defensa del territorio que está haciendo Jericó además venga acompañada de acciones de conservación en el territorio. Por eso venir a Jericó con el Festival e involucrarlo en el corredor hace parte de una acción para promover la conservación de sus bosques».

En esta misma vía, el coordinador de la Mesa Ambiental de Jericó, Fernando Jaramillo, expresa que este Festival se vincula con «la resistencia y la defensa del patrimonio ecológico y cultural que está haciendo la población de este municipio frente a procesos de extracción no solo minera sino también maderera». Fernando además advierte que algunas áreas del Corredor biológico del oso de anteojos, y de otras especies, tendrían una afectación directa por el proceso de explotación minera que tendría planeado la multinacional.

El siguiente es uno de los avistamientos del oso de anteojos en el municipio de Jericó en la zona de El Comino, colindante con la reserva del Requintadero y el Sendero Río Frío en Quebradona Arriba (La Coqueta).

El corredor del osos de anteojos en el suroeste y occidente de Antioquia

Este corredor es fundamental para la conexión de las poblaciones de osos de anteojos que se distribuyen en la Cordillera Occidental desde los departamentos de Risaralda, Caldas, Chocó y el suroeste y occidente de Antioquia que comprende los núcleos Parque Nacional Natural Orquídeas y el Complejo de páramos Frontino-Urrao. Esto no solo porque conecta ecosistemas sino porque además permite la continuidad de procesos ecológicos y evolutivos, así como la provisión de servicios ecosistémicos fundamentales para la adaptación a los cambios ambientales y el desarrollo regional, según la corporación Gaia. 

Elementos como la fragmentación de los bosques, proyectos viales, hidroeléctricos y mineros, la apertura de pastizales para la ganadería y el incremento de monocultivos hacen parte de las actividades antrópicas que interrumpen y cortan la continuidad de los corredores biológicos. Sobre el corredor del oso anteojos hay varias de estas interrupciones, por ejemplo la vía Medellín - Quibdó en la zona del Carmen de Atrato y Ciudad Bolívar. 

Jericó y Támesis son los municipios que presentan la deforestación más alta del Suroeste de Antioquia. Entre las presiones y amenazas de corredor biológico del oso de anteojos que identificó la corporación Gaia se encuentran la degradación de bosques: entre 1990 y 2015 se registró una deforestación o degradación promedio del 15,6% de los bosques en los municipios del corredor. Los municipios que registraron mayor porcentaje son Jericó (100%), Támesis (100%), Betania (50%), Andes (36,7%), Betulia (27,3%) y Frontino (18,7%).  Adicionalemente está la pérdida de bosques en las áreas protegidas: entre 1990 y 2015 se registró una pérdida de 7325 hectáreas de bosques dentro de 6 áreas protegidas en el corredor biológico, es decir, que es como haber perdido toda el área del DMI Cerro Plateado Alto de San José.

Para la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), un corredor biológico es un «área de hábitat adecuado, o que está siendo restaurado que conecta dos o más áreas protegidas (o que conecta hábitats importantes no protegidos) que permite el intercambio de especies, migraciones, intercambio de genes, etc». 

Los servicios ecosistémicos que en particular ofrece el Corredor biológico del oso de anteojos son, según la corporación Gaia, una oferta hídrica de 149.085 l/s que abastecen una demanda de 160 l/s, destinada principalmente a uso agrícola y agroindustrial (43%), generación de energía e industria (40%); uso doméstico (11%), acuicultura y piscicultura (5,66%);  y  turismo (0,01%.). Captura de carbono: 5.988.774 toneladas de CO2 almacenadas entre el 2015 y el 2035. Regulación y resiliencia climática frente a incrementos de precipitación entre el 11% y el 40% según proyecciones del IDEAM para el 2100. Recreación y cultura: paisaje cultural cafetero en el Suroeste y Occidente de Antioquia, y amplio crecimiento del turismo de naturaleza. Polinización del café: la polinización llevada a cabo por las abejas para los cultivos cercanos a los bosques representa un valor aproximado de 361 dólares por hectárea.

Mapa del corredor biológico del oso de anteojos en el suroeste y occidente de Antioquia. Fuente: Corporación Gaia.

Por esto los corredores biológicos deben garantizar el tránsito de especies silvestres y es vital la unión de esfuerzos científicos, institucionales, culturales y ciudadanos para fortalecer procesos de protección y conservación de la biodiversidad. «Hago parte de una forma de hacer investigación que se nutre de la interdisciplinariedad y trata de involucrar a las ciencias sociales, la ciencias biológicas, la ecología, los sistemas de información geográficos y la antropología. Tratamos de abordar el corredor desde esas disciplinas porque entendemos que parte del tema pasa por el manejo socioambiental del territorio y nos encontramos con que ya no hay áreas naturales porque a cualquier parte a la que vayás, por más monte que te encontrés, vas a encontrar la huella humana», dice Héctor Restrepo, biólogo y creador de las bases científicas del corredor biológico del oso de anteojos.

Uno de los problemas más frecuentes es la cacería reactiva porque algunos osos de anteojos se comen los cultivos, especialmente de maíz. A continuación, presentamos una infografía para conocer mejor al oso de anteojos.

Narrativas del territorio

¿Cuáles son las posturas que las disciplinas artísticas deberían asumir ante la crisis ambiental? Esta es una de las preguntas que abrió la conversación inaugural del Festival titulada De farallón a farallones, narrativas del territorio en la que tres expositores hablaron de biodiversidad, ambiente y cultura a través de la literatura, las artes gráficas y la música. 

Stella Girón, docente e investigadora de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia. Foto: Laura Henao.

Por un lado, Stella Girón, docente e investigadora de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia, expuso el proyecto Memorias y archivos literarios. Literaturas y culturas de Antioquia que, bajo la pregunta ¿Cuáles son las literaturas que abordan el paisaje, la naturaleza y el ambiente en el Suroeste de Antioquia?, detalló algunos aportes de  escritores antioqueños en el abordaje de temas ambientales sobre todo en Amagá, Fredonia, Jardín y Jericó. Para Stella, “el trabajo de la escritura y su relación con la naturaleza se encuentran en la medida en la que se aboga por la permanencia del hombre y su expresión estética como una forma de mantener la vida”. Parte de esa  tradición escritura, dice, se refleja en el siguiente pasaje de Manuel Mejía Vallejo: “Nacer es nacer en un lugar, tener destinado un sitio de residencia. En este sentido el lugar de nacimiento es constitutivo de la identidad individual”.

Por otra parte, el cantautor jericoano Carlos Andrés Restrepo y docente del conservatorio de la Universidad de Antioquia, hizo un recorrido por los ritmos autóctonos, los impuestos y los recreados. Habló sobre cómo “tenemos vergüenza de aceptar un territorio sonoro” que hable del campo y de los grillos y de lo montañero y llevó una guacharaca o “pájaro que hace bulla” para hablar de música y territorio. Para Carlos Andrés, el aporte de la música a la conservación de la biodiversidad está en la creación de memoria. Hizo un llamado a hacer arte con memoria, a que el campesino narre y a pensar en las narrativas contemporáneas. Además se preguntó: ¿Qué resistencia y qué denuncia debe seguir ocurriendo para que esa memoria se siga expandiendo y no se anule? Por esto, concluye, “no podemos pensar que la responsabilidad es del abuelo¨.

Magaby Cabreiro, artista plástica. Foto: Laura Henao.

Finalmente, la artista plástica y especialista en grabado, Magaby Cabreiro, a través de su obra Paramus Vitalis, hizo una invitación a una inmersión gráfica por la fragilidad de los ecosistemas paramunos. 

Este evento fue organizado por la Corporación Gaia y la Alcaldía de Jericó con el apoyo de Corantioquia, Corpourabá, Área Metropolitana, Parques Nacionales de Colombia, Universidad Pontificia Bolivariana, el Jardín Botánico de Medellín, entre otros.

El postre jericoano, una receta centenaria

El postre jericoano o postre de frutas es uno de los dulces tradicionales y más emblemáticos de Jericó, Antioquia. Esta receta, con sus variaciones, ajustes y apropiaciones, tiene alrededor de 100 años y viene de una de las formas de aprovechar las especies frutales en los solares de las casas.
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De la piedra al viento | La memoria va encontrando su camino

Después de trajinar durante años los senderos de la Sierra Nevada de Santa Marta, de conocer de cerca las etnias wiwa y kankuamo y de descubrir que los Jalekas grabados en la piedra representan el espíritu ancestral convertido en historias de todo lo que existe sobre la tierra y en el pensamiento; después de ver que el tiempo y quizá también el viento han mitigado las historias grabadas hasta dejarlas visibles solo para algunos; después de comprobar que Alejo Santa María es uno de ellos, la posibilidad de descubrir los grabados, petroglifos, en la piedra a la luz del día y solo a determinadas horas porque algunos, debido a la orientación de la luz, no son visibles, fue fascinante por la revelación de figuras e historias que pasaron desapercibidas durante años.
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Bajo el lente de Gio Morales

Su trabajo ha sido reconocido mundialmente, ha recibido un sin número de galardones y ha trabajado con estrellas de talla internacional. Este hombre oriundo de Medellín, Colombia se ha ganado el respeto y la admiración de millones de personas, gracias a su talento innato y su trabajo arduo que hoy en día desempeña en una de las ciudades mas prestigiosas del mundo, Miami.

Gio Morales emigró a los Estados Unidos de América en el año 1999. Con una mochila en mano, miles de sueños y una amplia experiencia en los medios de comunicación comenzó a trabajar en importantes emisoras de la ciudad de Miami, junto a personalidades como Humberto Rodríguez Calderón más conocido como ‘El GATO’. Sin embargo su profesión era la publicidad y su sueño era trabajar en el ámbito creativo, pero lo que mas le gustaba hacer era la fotografía.

N: Gio, ¿Cuándo decidiste dedicarte 100% a la Fotografía?
G: Estudié publicidad y la clase que más me gustaba era la de fotografía. Incluso pensaba ser fotógrafo creativo, pero un día fui al matrimonio de mi mejor amiga y me di cuenta cómo funcionaba la fotografía de bodas. Mientras trabajaba en la radio empecé a tomar cursos, aprender conceptos y desde entonces decidí enfocarme 100% en esto que me apasiona, aunque también hago de vez en cuando radio y voice overs.

N: ¿Qué es lo que mas te gusta de este tipo de fotografía ?
G: Me gusta capturar los momentos mas importantes de la vida de las personas. Ese reto de congelar los momentos que años después las novias ven y se ponen a llorar. Siempre quise causar ese sentimiento.

N: ¿Una boda que nunca olvidarás?
G: Hay una en especial. Solamente he llorado dos veces tomando fotos. En una, es una novia que esta hablando con su padre y él está llorando. Al tomar esa foto se me venían las lagrimas porque sabia la historia detrás. El padre tenia cáncer en la garganta e iba a morir. Al terminar la ceremonia, los novios salen caminando, el papa está en la primera fila de la iglesia, él quiere felicitarla pero la voz no lo deja. Yo le digo a ella que lo vea, cuando se acerca a él, lo abraza, lo mira a los ojos y se le vienen las lágrimas. El sueño de la novia era que yo pudiera tomarle fotos junto a su padre, porque sabia que no le quedaba mucho tiempo de vida.

Otra de las pasiones de Gio es viajar. Su trabajo y sus ganas de conocer el mundo le han permitido explorar países como México, República Dominicana, Puerto Rico, Bahamas, Jamaica, España, Panamá, Ecuador, Japón, China, Vietnam, Israel, Jordania, entre otros.

He estado en México nueve veces, es el país al que mas veces he ido, tanto que me siento mexicano. Cuando fui por primera vez sentí una conexión única que no he sentido con ningún otro país. Asia me encanta, tengo una fascinación con sus países. También me encantó Tailandia, su gente, sus paisajes, su cultura, su comida, la espiritualidad de la gente.

N: ¿Pero has visitado un pequeño pueblo en Colombia que tengo entendido te ha dejado fascinado en todos los aspectos?
G: A parte de la fotografía de bodas también me apasiona la fotografía de calle, ‘Street photography’ o ‘travel photography’. Cuando visité el pueblo de Jericó, en Antioquia, me enamoró que es un municipio muy pintoresco. La gente es súper amable, en cada esquina hay una historia que contar. Poder narrar sus experiencias por medio de mi lente es una experiencia increíble. Las calles empedradas, su vegetación, mas que ser el pueblo de la Santa Madre Laura, es la gente que te cautiva y como es tan colorido se lo puedes mostrar al mundo y la gente va a querer ir a conocerlo.

 

Las manos de Manuel Mejía Vallejo

 

 

El escritor antioqueño Manuel Mejía Vallejo tenía un impulso innato a hacer oficios manuales; el dibujo y la talla hicieron parte de su rutina.

Manuel Mejía Vallejo nació en Jericó, Antioquia, el 23 de abril de 1923. Las montañas de la tierra en la que creció y las imágenes de ríos brumosos que bajaban de la Cordillera Central fueron inspiración para su literatura y las guías para lo que hacían sus manos. Aunque su  quehacer artístico estuvo siempre vinculado a la escritura, su formación y su cotidianidad estuvieron encaminados a las bellas artes y las artesanías. De su origen montañero, que lucía con orgullo, se trajo la contemplación, su amor por las fincas acompañadas de buena música y mucho ron y la necesidad imperiosa de usar sus manos y volcarlas en diferentes oficios; él escogió tallar juguetes y dibujar.

Dibujo de animales. Manuel Mejía Vallejo. Archivo Biblioteca Pública Piloto. BPP-D-MMV-0231Su familia estuvo siempre en contacto con el ejercicio artístico. Su hermana Rosana fue una reconocida ceramista que llegó a ganar varios premios de arte nacionales, su mamá tuvo acercamientos a la cerámica y a la pintura y su tía Jesusita Vallejo fue una gran pintora. Desde niño tuvo contacto con prácticas estéticas y eso hizo que luego de terminar el colegio en Medellín, en 1943 se inscribiera a la carrera de Bellas Artes para estudiar dibujo y cerámica. Con lo que no contaba era que su madre entregara la novela La tierra éramos nosotros al grupo de los Panidas encabezado por León de Greiff, que fuera publicada y que esto cambiara su camino para siempre.  

Esto, sin embargo, no significó que dejara el impulso manual. En la casa que compartió con su esposa e hijos en el centro de Medellín, donde nunca faltaba la Coca Cola para el ron y el arroz para las tortolitas, llegaba algunos días un modelo que se ubicaba en el patio, que era el epicentro de la casa, y era retratado por Manuel y algunos de sus amigos como Óscar Jaramillo y Elkin Restrepo y su suegra Dora Ramírez, reconocida pintora antioqueña, cuenta su hija Valeria Mejía.

Estas tertulias fueron parte de sus actividades habituales al tiempo que se consagraba como uno de los escritores más importantes de la narrativa colombiana contemporánea. Los numerosos cuentos y poemas acompañaron a novelas como El día señalado con el cual ganó el premio Nadal en 1963, Aire de Tango con la cual recibió el Premio Bienal de Novela Colombiana en 1973 y La casa de las dos palmas que lo hizo merecedor del Rómulo Gallegos en 1988.

Le gustaba más dibujar que la pintura y la acuarela y apreciaba las formas simples; pensaba que lo fascinante del dibujo era el trabajo de síntesis: “quitarle a la realidad todo lo que sobra y dejar lo esencial”, recuerda su amigo Luis Fernando Macías. Su línea era cuidada y fina y tenía cierta fascinación por los desnudos de mujeres que resolvía con un pulso seguro y firme.

Aunque su pulsión creativa siempre estuvo más volcada a la escritura y su angustia permanente respondía más a la página en blanco que al lienzo crudo, ambas prácticas se complementaban y nutrían su imaginario. Ambos usaban la observación y la atención al detalle y ambos retrataban la realidad filtrada por una mirada leída, culta y siempre asombrada frente a la cotidianidad y la belleza.

Esta inclinación al dibujo no se inmiscuye como tema en su obra literaria, pero sí le fue útil. Hizo varias carátulas de libros con un trazo sencillo y se recuerda especialmente la portada del poemario Soledumbres; un azul brillante se interrumpe con el título y el crédito y en una esquina se asoma en trazo blanco delgado una mujer desnuda que mira una ventana.

Manuel Mejía también fue muy buen tallador. Cuando estudió Bellas Artes había tomado cursos de tallado de madera y dentro de su grupo de amigos estaban escultores como Edgar Negret, Oscar Rojas, José Horacio Betancur y Rodrigo Arenas Betancourt. Sus creaciones no tenían una pretensión tan rimbombante ni profesional como las de sus amigos, sino que se limitaban a crear juguetes en balso.

La única tarjeta de presentación que tuvo, regalo de Juan Luis Mejía, decía en letra mayúscula sencilla en color negro: MANUEL MEJÍA VALLEJO, INVENTOR DE JUGUETES, y estaba decorada con un dibujo de un caballo mecedor. Sobre todo era un apasionado por los mecanismos; le gustaba pensar en maneras ingeniosas de hacer que sus juguetes se movieran.

Dicen, que se sentaba sobre cualquier banco y tomaba pedazos de balso y los comenzaba a tallar con una navajita que mantenía en el bolsillo. Los diseños eran rústicos y modestos pero siempre con una idea específica detrás que hablaba de él y sus pensamientos. Muchos de los juguetes que hizo eran maromeros y doble maromeros: los amantes que al juntarse se besan, los gallos que pelean, boxeadores que se dan puños y toreros. Según su ex esposa Dora Echeverría, para él los juguetes eran una analogía a su pensamiento: “él tenía la visión que somos muñecos de Dios, que aunque tenemos la sensación de poder controlarlo todo, hay alguien que jala las cuerdas y define cada movimiento, como lo hacen las manos de alguien con los maromeros”.

Su fascinación con los juguetes no era únicamente en tallarlos; también solía coleccionarlos. Las figuras precolombinas, las cerámicas de Boyacá y pequeños jugueticos de diferentes técnicas artesanales eran un deleite para él. Dora Echeverría recuerda que cada que viajaban, una parada obligada eran las plazas y mercados para buscar juguetes artesanales y muñequitas para su curiosidad. Eran atesorados por él y jugados por sus hijos.

Aunque Manuel solía compartir con sus amigos y su familia las actividades que hacía, estas en las que utilizaba sus manos eran también una forma de meterse en sí mismo, una especie de meditación en la que se conectaba con sus orígenes campesinos a través del hacer y que hacía que su imaginación estuviese activa y dispuesta siempre a materializar.

Manuel Mejía murió un 23 de julio cuando tenía 75 años. Sus cenizas están en un árbol en Ziruma, la que fue su finca en El Retiro, Antioquia. Ojalá ese árbol permanezca en pié y si alguna vez se cae, que se haga con su madera juguetes que nos hablen de la vida y papel para retratarla.

La casa es tambien paisaje

En Medellín se vive con los cerros al pie. Santo Domingo, El Salvador, El Picacho, Nutibara, Pan de Azúcar, la Asomadera y el Volador rodean o se alzan en medio de la metrópoli y su presencia es tan monumental, que ha conseguido definirnos a quienes vivimos allí; a unos nos ha convertido en exploradores que crecen buscando saciar la curiosidad por lo que hay afuera y, a otros, nos vuelve temerosos y estáticos porque no hay atisbo de lo desconocido. La mirada de todos, eso sí, está acostumbrada al límite y al encierro.

Por Andrea Yepes Cuartas

Yo crecí viendo cómo los cerros acaparaban el panorama sin forma aparente de evitarlo. La playas o las planicies propias de la meseta eran paisajes que venían únicamente cuando estaba de vacaciones, es decir, eran siempre temporales y estaban cargados de esa pérdida de referentes que se experimenta al pasar una temporada en lugares que no se conocen. Cuando retornaba, claro, las montañas volvían a cobijarme y a hacerme sentir parte de ellas. Esto hizo que se instalara algo en mí, un pensamiento que solo entendí cuando me mudé a otra ciudad y busqué un apartamento con ventanas al oriente, el lugar donde están los cerros allí: me siento en casa cuando tengo montañas para mirar.

La escritora irlandesa Maggie O’Farrell piensa así del mar. “He vivido gran parte de mi vida cerca del mar: noto su fuerza de atracción… y su ausencia, si no lo frecuento con regularidad, si no paseo por la playa, respiro su aire y me sumerjo en el agua”, dice en su libro de ensayos Sigo aquí, donde narra todas las experiencias cercanas a la muerte que ha experimentado. Algunas de esas veces en las que ha sentido morir, la amenaza ha sido el mar profundo y aún así lo sigue queriendo cerca.

Estar buscando símiles de esas estampas que nos dejan los lugares a los que hemos llamado casa nos hace seres condenados. Ella está condenada a mudarse siempre a las orillas de los países y yo a buscar ciudades o pueblos voluptuosos donde el suelo se alce bastante. La casa es también paisaje.

Por eso ahora que hay encierro y que el mundo parece agotarse en las paredes que delimitan las habitaciones que frecuentamos, he tomado la costumbre de mirar por la ventana y de repetirme esa frase: la casa es también paisaje. Sí, la casa es la puerta por la que entro, los muebles que escogí y los objetos que han puesto allí quienes me aman, pero también es todo lo que entra por la ventana: las historias que veo como si fuera un teatro en los balcones de mis vecinos de enfrente, la luz enceguecedora de las mañanas y el reflejo de un atardecer que no alcanzo a ver del todo. El aire frío. Y, sobre todo, esa cadeneta de montañas que parece estar siempre tan cerca.

En el libro Qué es ser Antioqueño, Pedro Adrián Zuluaga habla de las montañas y de su padre así: “La visión del horizonte que para mí era opresora por ser siempre la misma, y por estar cortada por las montañas del frente, a él lo tranquilizaba”. Yo soy como su padre, a mí me pone suave ver que las líneas divisorias entre el suelo y el cielo vengan voluptuosas, verdes y pronunciadas.

Me siento resguardada por ellas. Su presencia de esfinges fieles e impasibles me abraza y me da una fortaleza transmitida por el ejemplo. Convivir con ellas me ha enseñado a echar raíz y a mantener un lugar para asentarme, a dejar que otros habiten en mí. A derrumbarme y a hacer ruido y desastres cuando plantan en mí lo malsano e invasivo, lo que me hace daño.

Me tranquilizan, también, cuando las miro en la noche y están alumbradas; cuando, como escribió el editor José Ardila, “se convierten en oscuras extensiones del firmamento oscuro. Una sola cosa negra repleta de puntitos luminosos, como estrellas”, porque cada uno de esos destellos es alguien que me acompaña, es la certeza de que una vez exista de nuevo el afuera, habrán otros para juntarnos.

Resignificar lo que puede ser una casa es quitarle la concepción de dureza y romper la imagen mental de las paredes y el límite. Es encontrar en el paisaje una sensación de familiaridad, de pertenencia. Cuando estamos convocados al encierro, nos queda igual la mirada y esa certeza de que cuando nos asomamos por la ventana las montañas estarán ahí, inagotables.

Guadalajara de Buga, un milagro por descubrir

Como la notas cortas de viaje, como las de un cuaderno, de una bitácora, este es un apunte sobre Guadalajara de Buga en el Valle del Cauca.

Por Lizeth Morelos

Sube tres cuadras, a mano derecha voltea, de ahí sube tres cuadras más y apenas vea una ventana medio abierta, queda de ahí a dos cuadras más… Si a usted le están dando estas indicaciones quiere decir que usted ha llegado a Guadalajara de Buga, una ciudad adornada por casas antiguas que tiene historias en cada esquina y un interesante pasado por contar. Muchos la conocen porque han ido a pedirle al milagroso algún favor o han escuchado decir “voy a ir a cumplir una penitencia a Buga”; pero, ¿realmente conocemos qué hay más allá del turismo religioso? 

 

o no conocía Buga y debo aceptar que la única referencia que tenía de esta ciudad era la basílica. Pero al llegar y ver este paraíso que sobrevivió a un terremoto en el año de 1977 y a una toma guerrillera en una de sus veredas por el frente 5 de las Farc me hizo sentir admiración por cada calle que cruza esta gran ciudad, escuchar cómo con orgullo reviven las anécdotas de sus fundadores, me puso a pensar que los bugueños aman cada pedacito y rincón que los representa.

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“El bobo amarrado al papayo”: sobre esta expresión cuentan que las familias adineradas de la época, para no perder su pureza y riquezas, se casaban entre ellos mismos; esto generó que los descendientes nacieran con problemas genéticos y a algunos, dicen, tocaba amarrarlos a un papayo por tener problemas de conducta agresiva. Así como esta expresión se escuchan otras como “La dirección bugueña”, que la mencionamos al inicio de este texto y  “El paseo bugueño”, conocida por aludir a reuniones donde las mujeres van por un lado y los hombres por otro. 

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Su gastronomía busca que las familias se reúnan en la mesa a compartir una deliciosa chuleta que le da la vuelta a la bandeja, acompañada de papas fritas y arroz por montó, se invita a repetir y se demuestra que donde come uno comen tres con un sabor que es representativo de Guadalajara

Tesoros escondidos como la Casa Lago El Manantial ubicada en la vereda Alaska, te hacen soñar y querer volver y permanecer en este lugar, donde Don José construyó su casa encima del agua cristalina en una estancia acompañada de silencio, recibiendo a propios y visitantes que deseen  dejarse envolver por la magia y calma que irradian así se mire de lejos.     

Esta es Guadalajara de Buga, la ciudad señora, la que sueña, la orgullosa esa que todos los días trata de ser mejor y mostrarle al mundo su majestuosidad