Alborada de Jericó

Las historias encontradas sobre cómo se conformó territorialmente Jericó no son unánimes ni exactas, pero dan cuenta de un proceso parecido al de un amanecer: toma su tiempo pero no se detiene. Fluye para dar vida a lo que poco más de 300 años después de las primeras historias conocidas pasó a llamarse Jericó.

Las sierras ásperas, los ríos caudalosos y el cansancio de hombres acostumbrados a las tierras planas fueron aprovechados por los indígenas que poblaron, en épocas prehispánicas, lo que es hoy el suroeste de Antioquia. Las expediciones en busca de tesoros se dilataron porque los “indios estorbaron” las rutas de algunos españoles e impidieron el saqueo de los cerros y las tumbas. Esto marcó el inicio de una serie de trazados que vincularon física y culturalmente a Jericó con otros territorios.

“Hallémonos tan tristes en vernos metidos en unas montañas tan espesas que el sol ahí no lo veíamos, y sin camino ni guías, ni con quien nos avisase si estábamos lejos o cerca del poblado, que estuvimos por volvernos a Cartagena”. Ésto fue lo que escribió un soldado del ejército español que emprendería una gran expedición  por el oro al encontrarse con las montañas antioqueñas.

En 1538, el español Juan de Vadillo huyó de Cartagena en compañía de una tropa de 200 hombres y 300 caballos cuando la Corona española se enteró de que el abogado apresó y usurpó al gobernador de esa provincia, Pedro de Heredia. A Vadillo también lo motivó salir de allí el saber que el explorador Francisco César fue en búsqueda del tesoro “Dabaibe”, ubicado en la zona andina colombiana. El ejército arribó entonces al suroeste antioqueño por el lado occidental del río Cauca y fueron los pobladores originarios indígenas quienes guiaron, por ciertos lugares distrayéndolos de su objetivo, el oro.

Las primeras luces que vislumbraron la expedición le permitieron ver un paisaje dominado por una selva espesa. Se presume que en estas tierras cercanas al río Piedras  habitaron los nativos; quienes vivían de la pesca, la caza y la agricultura; al igual que de los vastos frutos que la tierra les ofrecía como vitorias, chachafrutos, granadillas, chirimoyas, aguacates y más. Sin embargo, durante la ocupación española en Antioquia, como lo documenta el historiador Juan Carlos Vélez Rendón en su texto La configuración económica, política e institucional de Jericó 1840-1910, estas comunidades “resistieron todo intento de colonización de su territorio y, a pesar de los esfuerzos militares de los conquistadores Juan Vadillo y Francisco César, permanecieron habitándolo según sus costumbres nómadas. Así pues, el territorio del suroeste no fue integrado al dominio español durante los siglos XVI y XVII”.  Tiempo después la ocupación española provocaría una debacle en la población indígena que habitaba lo que es hoy Jericó, de manera que para cuando fue el momento de la colonización antioqueña en el siglo XIX, se encontraron con terrenos “baldíos” apropiados para fundar y repartir. Jericó, además de las riquezas del medio natural, el clima y su fertilidad, tenía una posición estratégica en el mapa para la apertura de caminos hacia Marmato y el Chocó con fines principales de explotación comercial.

Ilustración: Laura Ospina Montoya

Más tarde, en 1835 los territorios del río Piedras pasaron a ser parte de la concesión Echeverri gracias a la entrega que hizo el Estado a tres prestamistas de la época de guerras de la independencia. Gabriel Echeverri, Juan Santamaría y Juan Uribe Mondragón recibieron 160.496 fanegadas —una fanegada es equivalente a una cuadra de 6.400 m² de tierra— en las “montañas de Caramanta”.

Fue la familia Santamaría la encargada de alumbrar el proceso de fundación del hoy municipio de Jericó. Santiago, el cuarto entre cinco hermanos, se asentó en el territorio que le pertenecía a su padre y motivó a familias de otros pueblos antioqueños, especialmente Rionegro, Marinilla, Envigado, Amagá y Fredonia, a establecerse allí y hacer productivo ese suelo. El fundador ofrecía parcelas a cambio del trabajo que se realizara en la construcción de caminos.

El Presbítero Jorge E. Álvarez Arango cuenta en la Revista Jericó que el primer camino hacia Jericó se trazó, según su lógica, tomando el camino desde la desembocadura del río Piedras en el Cauca y, siguiendo el cauce de éste, “subieron por lo que es hoy el camino de la Tulia que luego fue por muchos años el camino de herradura de Jericó hacia Medellín, antes de que se abriera la carretera, obra del ingeniero doctor Cástor Correa”. Este tipo de apropiación del territorio llevó a que el primer nombre de Jericó fuera “Aldea del Piedras”, una bella nominación a partir del entorno natural.

Juan Carlos Vélez Rendón nacido en Jericó y docente e historiador de la Universidad de Antioquia, cuenta sobre las paradojas del territorio: “esta zona que uno podría ver desde la geografía como un poco cerrada se activó productiva y socialmente por las dinámicas del mercado mundial y las ideas liberales del progreso que vinieron desde el siglo XIX. Esa zona tan protegida por la Cordillera Occidental, primero se activó productivamente a partir de la ganadería, carnes y cueros para el exterior y para ayudar a una industria minera que en ese momento estaba por fuera del suroeste antioqueño, especialmente en Marmato”.

Santiago Santamaría tuvo un método colonizador muy cercano con las familias que allí decidieron habitar pues, como se dijo antes, las proveyó de pequeñas tierras, dinero, herramientas, ganado. Esto permitió consolidar la pequeña y mediana propiedad que fue la encargada de dibujar el paisaje que hasta hoy permanece, es decir esas pequeñas fincas cafeteras basadas en la producción familiar.

Santiago Santamaría Bermúdez fue admirador de José Félix de Restrepo, especialmente por las ideas de libertad e independencia que él siempre difundió. Fue gracias a este educador, magistrado y pionero en la abolición de la esclavitud, por quien desde el 9 de octubre de 1852 el pueblo pasó a llamarse Felicina.

Para 1853, el municipio tomó su nombre definitivo, Jericó, a través de la Ordenanza 15 del 13 de diciembre. Este nombre se instituyó gracias a la propuesta del Obispo Juan de la Cruz Gómez Plata, para recordar ese faro que guió  hasta la ciudad que Dios le prometió a Abraham, a Isaac y a Jacob, tierra próspera y fertil donde también creció un gran pueblo y que representó un nuevo amanecer para los cristianos.

“Usted hoy puede advertir en el paisaje que es una zona donde se combinan la pequeña, mediana, y gran propiedad. Hasta el día de hoy eso ha sido una constante y permite no solo equilibrios productivos sino también sociales muy importantes, porque las personas generan un arraigo muy particular debido a que la estructura de propiedad rural, más que generar conflictos, los ha evitado o no los ha hecho tan fuertes como en otras zonas donde la existencia de la gran propiedad genera muchas tensiones”, explica Vélez Rendón.

Esta configuración del territorio, tan resguardada de las otras zonas del país gracias a las murallas que han sido las Cordilleras Central y Occidental, no fue impedimento para que Jericó siguiera alumbrando caminos más allá de los cercanos pueblos de Andes, Támesis y Caramanta. Tanto así que, primero con recursos privados y después reforzadas con inversión del Estado, las rutas se extendieron hasta lugares como Marmato, Cartago y Supía, lugares hasto donde llegaban las reses criadas en Jericó.

Este devenir tuvo clara influencia en el desarrollo que se dio con el café a partir de 1880 y que se consolidó a lo largo del siglo XX como uno de los productos que impulsó la economía no solo del pueblo sino de gran parte del suroeste; reiterando la conexión permanente con el exterior pues es un producto que se exporta y es reconocido fuera del país. De la mano del café, se desarrollaron otros espacios productivos que convirtieron a Jericó en un municipio de tener una economía de subsistencia a uno de economía de mercado, especialmente desde inicios del siglo XX.

Los archivos nos cuentan que hacia 1909 se creó la Fábrica de Tejidos de Jericó S.A. que duró hasta mediados de la primera década y Eugenio Prieto Berrío, recordado por Vélez Rendón,  lo narra así: “Ciertamente es increíble que aquí donde parece que viviéramos alejados de todo movimiento mundial, encerrados como en una ergástula formada naturalmente, donde nos asfixiamos por falta de válvulas que den vida a nuestro tráfico con el exterior, se lleven a efecto obras como el alumbrado, la trilladora y la fábrica a que nos venimos refiriendo, movido todo por la luz eléctrica”.

Con el paso de los años, la industria manufacturera  dio a luz a grandes empresas en sectores tales como helados, trapiches, trilladoras, piladoras de maíz, imprentas, gaseosas, hielo, talabarterías y muchas más. Los caminos fueron los articuladores que permitieron la entrada y el fluir de las ideas, de la cultura y de una economía floreciente. Para amanecer en los días actuales en los que los carrieles, el turismo y los recorridos por fincas cafeteras jalonan la economía de esta tierra que sigue prometiendo mucho para lugareños y visitantes.